Ramen
A eso de las siete y media, cuando ya está completamente oscuro afuera, sobreviene el hambre. Ya el invierno se ha instalado plenamente en Santiago y todo se cubre de una fina capa de blancuzca y fría humedad. En la oficina, sin embargo, no se siente el frío. La calefacción funciona bien, aunque la blanca luz de los tubos fluorescentes no contribuye generar una atmosfera cálida. Tampoco el hecho de que estás solo en la inmensa oficina. A lo lejos, escuchas el molesto zumbar de la aspiradora que alguna de las señoras del aseo pasa con desgano sobre la alfombra imposible de limpiar. Afuera, los ruidos propios de la ciudad inmensa en que vives: bocinas, sirenas, el sordo rumor de mil voces por todos partes. Abres el cajón de tu escritorio y encuentras el envase de fideos chinos que dejaste allí hace un tiempo. No es malo. Solo agua hirviendo y tres minutos es todo lo que necesitas. Mientras esperas, piensas en que te quedas hasta tarde sin motivo, o más bien, con uno muy específico:...