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Los fantasmas de las Navidades pasadas.

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  Por ahí escuché o leí, no sé en realidad dónde, que tomamos real consciencia de envejecer cuando la vida deja de darnos cosas y comienza a quitárnoslas a un ritmo paulatino, pero creciente. Las cosas, los momentos, las personas, sencillamente se van, nos dejan o las dejamos partir.  Mucha razón tiene San Pablo en su más conocida epístola al señalar ese cambio en el ver la vida que se tiene siendo un niño y en el posterior ya siendo un adulto. La Navidad es un claro ejemplo de esas visiones contrapuestas en el mirar. Hoy, cuando la nostalgia me acecha en todas las esquinas y me gana en todas las misiones, no puedo dejar de pensar en esas Nochebuenas y Navidades de antaño, en que el mundo eran luces centellantes en noches calurosas, con olor a pan de pascua y canela; árboles de plástico, papeles multicolores y, por sobre todo para mí, la familia. Los 24 de diciembre empezaban temprano. La limpieza y el orden de la casa debía efectuarse con prontitud. El sol decembrino se colaba desde t

Cataclismo

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Fue por estos días, eso sí lo tengo claro. La fecha exacta no. Tantos esfuerzos por olvidar parece que solo consiguieron que olvidara la fecha, pero nada más; los recuerdos siguen vívidos en mi mente, inclusive hoy, diez años después. Me cuesta creer que tanto tiempo haya pasado, una década. Es cierto que el dolor dejó de ser intenso y agudo como en los primeros años o cuando supe que te perdía definitivamente para siempre. Ahora el dolor es como un eco sordo, como una herida traicionera que parece estar cicatrizando, pero que de tanto en tanto, te recuerda que aún permanece abierta con un feroz punzazo que te amarga el día más soleado.  A veces todavía fantaseo con que todo este tiempo es solo un mal sueño, una pesadilla larga y que tarde o temprano habré de despertar para descubrir que es sábado y que nos veremos en unas horas más como nos veíamos siempre en sábado... pero ahora ya no perdería el tiempo y no permitiría que los días nos separaran más con sus afanes tiránicos