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Mostrando entradas de 2010

Capítulo VIII: "La muchacha de las zapatillas rojas" Primera parte.

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Nunca he sido bueno para recordar nombres. Necesito de bastante tiempo para aprenderlos. Como profesor, entenderá usted, amable lector, más de un problema me trajo esta situación. Sin embargo, mi memoria visual parece ser bastante más efectiva que mi memoria onomástica. Con relativa facilidad recuerdo no solo rostros, sino, además, vestimentas y accesorios de aquellas personas que he conocido alguna vez y que, por los motivos que fueren, han causado en mí gran impresión. Sucedió de esa forma con ella , el único amor de verdad y completo que alguna vez tuve en mi vida. Su nombre y la mayoría de los detalles me los reservo, quizá por pudor, pero ciertamente también por respeto. Respeto por  alguien que marcó mi vida para siempre.  Pues bien, la historia comenzó así; Mientras todavía intentaba recuperarme del shock que me causara mi no correspondido amor de años, que ya conté en el capítulo VII, afortunadamente contaba con el apoyo y el cariño de mis compañeras y amigas de la universida

Nochebuena desde la ventana

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"Cuando venga la Primavera,  si ya estuviera muerto, las flores florecerían de la misma manera y los árboles no serán menos verdes que en la Primavera pasada. La realidad no necesita de mí". Fernando Pessoa. Estoy mirando desde la ventana de mis abuelos. Es Nochebuena, pero la calle luce inusitadamente tranquila. Un perro ladra a lo lejos. Un coro, el sonido de sus voces me llega de lejos. Estoy solo en la casa de mis abuelos. Los pocos que quedaban han ido a la misa del gallo. No he querido ir. No se inflamará más mi pecho por cambiar de lugar. Da lo mismo el sitio si el corazón es el que ha mudado.  Hace calor y estoy solo. Solo al menos por un rato. Sé que los pocos que quedan volverán al terminar los cantos y las palabras. La vieja casa luce triste, se diría que se ha ido muriendo junto con quienes la edificaron.  Estoy solo por un rato, al menos en apariencia. Estoy solo. Solo por mucho más de un rato. No puedo evitar sentir que estoy solo para siempre.  Se sient

Wikén

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Viernes Miras el reloj en la pared y compruebas que se acerca la hora. Siempre este día y a esta hora se respira un aire diferente en la oficina. Hay más energía, caras más sonrientes. El reloj se vuelve más admirable que nunca. Hay conversaciones en los pasillos, elaboración de planes. Hay maquillaje. Hay visita a los cajeros automáticos. Hay corbatas que se sueltan, computadoras que se apagan.  Afuera, el día se arrebola, las luces se encienden, los neones brillan policromáticos. Hay mesas servidas, hay hielo endureciéndose, hay botellas por descorchar. El centro de Santiago se transforma en una gran colmena. Hay conversación, risa, abrazos, besos. Hay alegría. Se apagan las luces, se cierran las puertas, ¡Hasta el lunes! Afuera está la vida. Tú, te acuestas a dormir. Sábado Preferirías seguir durmiendo. Dormido no debes enfrentarte a la realidad. Pero debes levantarte. Comes algo, enciendes la tele. Te acuestas en el sillón, enciendes el computador. Revisas tu correo. Nada.

Una mujer desnuda y en lo oscuro

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Una mujer desnuda y en lo oscuro tiene una claridad que nos alumbra de modo que si ocurre un desconsuelo un apagón o una noche sin luna es conveniente y hasta imprescindible  tener a mano una mujer desnuda Una mujer desnuda y en lo oscuro genera un resplandor que da confianza entonces dominguea el almanaque vibran en su rincón las telarañas y los ojos felices y felinos miran y de mirar nunca se cansan Una mujer desnuda y en lo oscuro es una vocación para las manos para los labios es casi un destino y para el corazón un despilfarro una mujer desnuda es un enigma y siempre es una fiesta descifrarlo  Una mujer desnuda y en lo oscuro genera una luz propia y nos enciende el cielo raso se convierte en cielo y es una gloria no ser inocente una mujer querida o vislumbrada desbarata por una vez la muerte Mario Benedetti.  ----- Hubiera querido decirlo yo, pero, para variar, otro se me adelantó. En este caso uno de los grandes de por estos lados, Mario Bened

Conjuro nº 2 (o el cansancio)

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Y en esos tiempos, me sentía mal... y salieron estas palabras llenas de hastío y cansancio... creo que pudo haber sido junio (o julio?), no recuerdo bien... De tanto ir a ti, me cansé. De tanto soñar(te), anhelarte aquí, me hostigué. Fuiste una intensa ilusión, un proyecto ambicioso... Todo lo que hacías, me ayudaba a construir altas columnas de esperanza. Miradas, conversaciones, cercanía, llamadas extrañas e inesperadas, encendieron luces en el camino que, se supone, podríamos recorrer. Hasta las esperas, desánimos y sufrimientos tenían sentido: saber que, en cualquier momento, aparecerías por aquí. Y de la nada, te acercaste y hablaste de los dos... reconocí en esas palabras, el reflejo de mis propios sentimientos y sentí paz... Creí que con tu palabra y empeño, y con mi cariño y empuje, podríamos avanzar, concretar deseos, ser con el otro. Pero, en menos de lo que dura un suspiro, desechaste esa idea, tal como un lindo dibujo, una carta valiosa, que se arruga y se bota

Colofón para una historia de (des)amor

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Había prometido dar un epílogo a mi sufrida historia de amor narrada en los capítulos V y VII . Me propongo contarles ahora, de una buena vez, que ocurrió después de mucho tiempo. Muchos años después, frente al monitor de mi computadora, había de recordar la remota tarde en que la vi por última vez. Había vuelto al Pedagógico para realizar unos trámites que me permitieran entrar a estudiar un magíster en literatura en la prestigiosa y elitista PUC. Mientras esperaba en las "cómodas" instalaciones de Asuntos estudiantiles , a lo lejos la divisé. O más bien, sin ser capaz aún de reconocerla a través de sus rasgos, supe que era ella por su forma de caminar. Presa del terror, me escondí tras un pilar y allí permanecía hasta que pensé que el peligro había pasado. Me asomé con sigilo y vi que aún estaba cerca, conversando con unos compañeros, me imagino. Al rato se marchó. La seguí con la mirada y con la esperanza de no volver a verla nunca más... y a la vez con la esperanza d

Conjuro nº1

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Es bueno exorcizar sentimientos; no perder los recuerdos, pero sí conjurar emociones y estados anímicos que determinan espacios vividos intensamente. Y qué mejor, que traspasando algunos escritos a esta bitácora -sin ninguna pretensión literaria- redactados este año. Dejo uno de ellos y espero animarme a continuar... (Vale decir, que todo lo escrito acá se encuentra en un cuaderno, escrito entre julio y octubre de este año. No todo tiene fecha, pero lo que leerán a continuación, es la primera hoja escrita en el invierno ya terminado) Y si somos amigos? Si dejamos pasar este año juntos de inquietudes e incertidumbres para tener una sana relación de amigos? Podría dejar de esperarte, negarme a los sueños de un futuro compartido, abandonar rutinas tan simples y tontas como escuchar canciones que me recuerden a ti, leer y releer los mensajes recibidos y enviados, estar pendiente de mi celular cada tarde cuando las 20ºº se acerca. Enfoncándome en esta posible amistad, también podría olvida

Capítulo VII "Qué he sacado con quererte..." o Qué son siete años en la vida... (Parte 2)

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Recordará, hipotético lector, que en el capítulo V, conté la primera parte de esta historia. Si no la recuerda, o quiere leerla de nuevo, haga clic  aquí .  Pues bien... ¿Dónde me quedé? A sí... el baile de gala al final del cuarto medio. Terminó esa noche entre mágica y trágica para mí. No dije nada. Ni pío. Me guardé todo mi amor esperando que de tanto retenerlo, terminase de una vez por pudrirse y desaparecer. Mis compañeros se fueron a la "gira de estudios" en El Quisco, ella, mi amada, se fue a Estados Unidos y yo me fui a estudiar para la PAA... en verdad no estudié nada, solo me eché en mi cama a pensar en lo miserable de mi vida y a contemplar con ojos de cordero degollado la foto, acaso el único recuerdo tangible, que de ella me quedó. Esa foto... ella de mi brazo con un brillante y ceñido vestido verde. Yo, con un traje azul marino y una corbata que no combinaba por ningún lado. La escondía en una caja de zapatos, y todas las noches, antes de dormir, la sacaba

Las mujeres y sus gustos

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Tengo en la oficina un compañero de trabajo que me resulta del todo desagradable. No es la primera vez, vale decir, que me topo con tipos como él. Ya antes en la universidad y el colegio debí aprender a soportar especímenes como ése.  Pues bien, mi animadversión por el dichoso sujeto no se origina solo en un aspecto de su ser , sino más bien en un conjunto de características que lo definen. Empecemos por lo más superficial: la facha. Tiene mi amigo la costumbre de vestir chaqueta formal, pero en lugar de usar camisa, se pone una horribles camisetas de colores chillones y, generalmente, consignas "Jocosamente burdas", verbi gracia: "YouTube a tu hermana", "Instructor de sexo", "Ahorre agua. Beba cerveza", etc. Quizá la combinación le siente bien al doctor House, pero a él... Los accesorios también son parte fundamental de su look . En el lóbulo de su oreja izquierda luce un "coqueto" arito plateado, mientras que un enorme anillo con sus

Primavera que me haces daño

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Odio la primavera. Quizá alguna vez, hace algún tiempo, dejé de hacerlo, pero mi odio ha vuelto hoy, junto a las onerosas cuentas del médico y los antihistamínicos que apenas surten efecto. Mas, uno se acostumbra tarde o temprano a vivir moqueando, a la picazón de las mucosas, a los pañuelos desechables. Se puede sobrevivir un tiempo en base a inhaladores y pastillitas.  Lo que no le perdono a la primavera es la alegría desbordada. La fiesta de los sentidos. El ámbito colmado de perfumes. El fulgor de las mañanas. No le perdono la explosión de los colores. No le perdono dejarme a un lado de todo aquello.  Y es que no es justo descubrir en las mañanas que todo cobra una inusitada y renovada energía. Como si la vida se despertara después de una siesta. No es justo que a ti no te pase. Salir a la calle, subir al metro y constatar con estupor e impacto que las mujeres están más bellas, que sus mejillas están más rosadas, que sus  pies se muestran en frescas sandalias y sus muslos claman

Donde quiera que se pose tu mirada

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Se abren las puertas. Un mar de hombres y mujeres cansados salen del vagón. Son todos únicos y, sin embargo, iguales. Guardan silencio, caminan con prisa , pero con desidia. Parecieran ser de color gris. Te subes junto con otro mar de gente. Intentas encontrar un espacio para acomodarte mejor. Cierras los ojos y pareciera que el sueño te envuelve de inmediato, y tú mismo te terminas de convencer de lo que ya todos te han dicho antes: no es normal estar siempre tan somnoliento. Te preocupas, pero no lo suficiente como para que te importe realmente. Se desocupa un asiento y te sientas. Vuelves a cerrar los ojos y, esta vez, sí te duermes por unos minutos de verdad. El tren avanza por el negro túnel y duermes aún cuando sale al aire fresco de la fresca noche invernal. Entonces, te despiertas asustado. Necesitas un segundo para situarte, para reposicionarte y comprender dónde y por qué estás en ese lugar. Ahora ya estás despierto otra vez, pero notas que algo ha cambiado. Ya no solo t

¡Qué feliz era cuando solo sufría por amor!

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Hubo un tiempo. Hace mucho. Un instante mejor en que solo sufrí por aquello que es hermoso sufrir. Hermoso y ridículo, tal vez, pero hasta de eso ya no puedo estar seguro. Y en esos remotos tiempos, el sufrimiento mismo se convertía en una suerte de "leitmotiv" para el díario vivir. Hoy, sufro y me angustio por tantas otras cosas, que me parece un despropósito sufrir, una pérdida de tiempo, mas no puedo evitarlo y es por eso que añoro los buenos tiempos cuando uno sufría por algo tan cándido como el amor. Como profesor me tocó tantas veces ver a alumnas y alumnos sufriendo por tal motivo. Yo los contemplaba con algo de pena, pensando para mí, que es tan ilógico sufrir por algo que solo los que algo más hemos vivido sabemos pasará, no quedará más que como un pequeño recuerdito -si es que- en nuestras almas. Pero claro, yo tampoco lo sabía entonces, y al igual que mis alumnos, pensaba que sufriría para siempre, que vivía para sufrir. Y en muchos aspectos era muy rico sufrir. L

Evanescencia cotidiana

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Abres los ojos y ya es un nuevo día. Frío como el de ayer. Gris, como ayer. Te incorporas sin ganas, te frotas los ojos y compruebas que estás tan cansado como antes de dormir. Quisieras volver a echarte sobre el tibio colchón, pero no puedes, no debes. Finalmente sales de la habitación... El agua de la ducha te reconforta. Quisieras abandonarte bajo la lluvia artificial y el vapor que te envuelve, pero sabes que aquello también debe ser breve. Las imágenes del día que vendrá se aparecen en tu mente. Ya tienes problemas antes de que surjan realmente. Ves el espejo y agradeces que esté empañado. No te gustan los espejos, no te gusta verte en ellos. Crees que ya conoces lo suficiente la realidad como para que un trozo de vidrio brillante te eche en cara su reflejo diariamente... Caminas cansinamente hasta la estación. La gente se atropella por pasar primero, por subir las escaleras, por atrapar un asiento libre en los vagones atestados. Los rieles rechinan, mientras los trenes se pierd

Capítulo VI: "Me han estremecido un montón de mujeres"

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Han pasado muchas cosas últimamente en mi vida. Eso me distrajo un poco de continuar con las desventuras amorosas de mi vida. Hoy me he propuesto retomarlas desde uno de los momentos más cruciales de mi vida: mis años de universidad.  Cuando miro para atrás, no puedo evitar sentir que nunca más seré tan feliz ni pleno como en esos maravillosos cinco años en los pastos de Macul; en ese mítico y querido Pedagógico. Con todas sus virtudes y todos sus defectos. Con otoños de ensueño y lagrimógenas que de pronto nos caían del cielo. Con la estatua sin cabeza, con la biblioteca - casino, con las largas y felices tardes bajo los árboles. Para mí, tantas, tantas cosas. Pero por sobre todo: mujeres. Miles de mujeres, porque en el Peda la proporción era de cinco a uno. Mujeres lindas y no tanto, seductoras y santurronas, católicas y libertinas, de caderas anchas y busto pequeño y de busto exuberante y delgadas caderas. Gordas, flacas, rubias, morenas, crespas... mujeres como nunca antes en mi

Desagravio

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Ups... Parece que mi comentario anterior no fue del todo bien entendido por algunas personas. No sé si he comenzado a escribir muy bien o muy mal, porque la ironía que creí usar o, era muy fina y pasó desapercibida o, era tan mala que no era ironía. En todo caso, esto está lejos de ser una petición de disculpas porque, con todo respeto y sinceridad, no tengo nada de qué arrepentirme o por lo que pedir disculpas a los amables lectores.  Sin embargo, me permito dejarles algunas cosas para compartir. La primera, la definición de ironía que la RAE, que "Limpia, fija y da esplendor", nos entrega: ironía . ( Del   lat.   ironīa,  y este  del   gr.  εἰρωνεία). 1.  f.  Burla fina y disimulada. 2.  f.  Tono burlón con que se dice. 3.  f.  Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice. La segunda, un tema del cantautor uruguayo Jorge Drexler, que me identifica plenamente en este momento de mi vida. Se llama La vida es más compleja de lo que parece, d

Eso que llamamos amor...

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Bah... el amor está sobrevalorado en nuestra sociedad. Sí. Demasiada importancia para algo tan breve, tan doloroso, tan escarapelador, tan... cómo decirlo... ¿caprichoso? Hay que estar solo para darse cuenta. Hay que estar solo una noche de viernes, de sábado para darse cuenta. Sí. Hay que pasar frío para darse cuenta. Sí, sí. Hay que pasar a los cafés solo para escuchar conversaciones ajenas y esperar que alguien te hable para darse cuenta. Solo así uno consigue ser objetivo y darse cuenta de que se hace demasiado aspaviento con eso del amor.  Por ejemplo, el hombre objetivo, digamos, verbi gracia, un hombre que se apronta a cumplir treinta, puede darse cuenta de lo patético que es una pareja besándose en el metro lleno, y diciéndose cursilerías como "coshito", "apapáchame", "muñimuñimuñi". ¡Guaj! Y, claro, solo un hombre curado de espanto y libre de eso que llamamos "amor", puede ver con claridad lo triste   y desolador que es ver a parejas c

Romance "imferpecto"

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 Para D y para C. Él la quiere. Ella lo quiere. Pero él no quiere que ella sepa que la quiere, y ella no quiere ser la que diga primero te quiero. Él quiere que ella se le acerque y ella quiere acercarse, pero no quiere reconocerlo (hay una reputación que cuidar). Ella lo quiere, pero a veces quisiera no quererlo, y entonces lo quiere más. Él la quiere como nunca antes quiso a nadie, pero quisiera quererla aún más, por eso no cree quererla bien. Y él huye. Y ella atrás. Y ella no lo busca. Y él la encuentra. Y ambos se quieren, pero a su manera, es decir, cada uno por su lado, que no es lo mismo pero -para este caso- es igual.

La soledad y yo

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Como un soplo del viento. Como una certeza madurada en noches tristes e insomnes. Como la verdad por cruda que fuere; así volvió la soledad a mi vida. Algunas veces, realmente, llegué a creer que se había marchado para siempre de mi vida. Quise creerlo. Mas no. No. Solo se escondió por los rincones de mi dormitorio, entre mis libros. Se fue de viaje por unos años; me dio una tregua. Y se lo agradezco, porque me hice de verdad un hombre en su ausencia, y conocí la vida a través de ojos amados, de sueños compartidos, de besos anhelantes. Sentí la alegría de "vivir sientiéndose vivido". Llegué a olvidarme de ella, pero la soledad no se olvidó de mí. Me fue anunciando su regreso a través de signos que no supe (o no quise) leer.  Su presencia se fue materializando con el perfume de las flores secas, con los silencios prolongados, con los abrazos tibios, con los besos que no se dieron. Y parece que las estrofas de Silvio nunca fueron tan ciertas: "Cuentan que cuando un silenc

Capítulo V: "Ella" o qué son siete años en la vida... (Parte 1)

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Había tardado mucho en escribir nuevamente. Y es que, inconscientemente, quizá todavía trato de no tocar el tema de esta entrada, a pesar del tiempo transcurrido y de las heridas ya secas y sobre las cuales ha crecido nueva piel. Aunque las marcas, las cicatrices siempre quedan y nos acompañarán hasta la tumba. Pues bien, como diría Álex, el protagonista de La naranja mecánica , aquí comienza la parte realmente triste de mi historia, por lo que todo lo anterior, si bien patético, no fue más que una brizna de viento en las historias del corazón.  Sucedió hace más de una década ya. Por ese entonces un estudiante atípico y apático empezaba su segundo año de enseñanza media. Tenía dos amigos y sus libros. Tenía largas tardes de largas siestas, de bailar solo con la escoba, de leer tirado en la cama, de comer siempre con la tele como único comensal. Tenía noches de acostarse y esperar un día igual que el anterior.  Pero un día, el primer día de clases, no fue igual que los anteriores. Una

Capítulo IV: "No se puede comprar el amor o Evelyn me debe mucha plata"

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Llegó el primer año de mi educación media. El cambio para mí fue total: Colegio nuevo, compañeros y profesores nuevos y valores nuevos. Yo venía de un colegio pobre en un sector pobre de la ciudad. Ese colegio quedaba lejos de mi casa, pero era un lugar seguro para hijos de personas que luchaban por los Derechos Humanos y a quienes los siniestros funcionarios de seguridad de la dictadura podían intentar dañar. Era un colegio salesiano, donde los valores de la solidaridad y el bien común eran parte central de cualquier enseñanza. La persona valía por el solo hecho de ser persona y nuestro deber en el mundo era luchar por la justicia y la paz. En cambio, el liceo donde llegué era un hervidero de vanidad, ostentación y oquedad mental. Muchos de mis compañeros y compañeras no eran más que tristes adolescentes burgueses cuyo único sufrimiento radicaba en el hecho de que "papito" no les había comprado el Walkman que ellos querían o no habían "tirado" con más de tres

Como en las películas

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Cuando se ha crecido siendo mayormente solitario, siempre se tiende a buscar la compañía de "algo". Yo encontré esa amistad que no me daban las personas en los libros y el la televisión. Pero no en la televisión completa, sino más bien, en las películas que solía ver. Sí, desde pequeño empecé a ver filmes con mi abuelo en ese querido y recordado espacio llamado "Cine en su casa", donde Canal 13 daba todas esas películas antiguas que hacían más tolerables las tardes de dictadura y los primeros años de nuestra tambaleante democracia. A mi tata le gustaban los westerns y las películas bélicas de la Segunda Guerra. A mí, las de vaqueros me aburrían, a pesar de que me fascina un poco el sólido trasfondo moral de sus protagonistas, que siempre terminaban luchando por el bien de otros. Las de guerra me divertían más y las de ciencia ficción me encantaban. Pero en secreto, mis favoritas eran las de amor. Hoy gracias al cable (God bless TCM), he podido repetirme algunas