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Mostrando entradas de diciembre, 2009

Capítulo III: "Montserrat y los piojos mineros"

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Corrió mucha agua bajo el el puente hasta verme en séptimo básico. Muchos de quienes me conocen hoy, o me conocieron en el liceo o la universidad, no me habrían de reconocer en el mocoso insoportable que fui. Y sí, era algo así como el alma de la fiesta, el payaso del curso. Inteligente, al menos, puedo decir en mi defensa. Para ese entonces, mi mamá pasaba en la oficina del padre rector, del inspector general o en entrevista con mi profesora jefa, a quien cariñosamente llamábamos "Histérica" Oñate, paisolalia que buscaba dotar de más sentido a su verdadero nombre; Erika. Como quien no quiere la cosa, un buen día, me di cuenta de que mis compañeras de curso tenían más atributos que las trenzas que solía tirar, los bigotes con los que solía hacer chistes o los horribles frenillos con que las denostaba tan a menudo. Recuerdo que mientras ellas hacían educación física, nosotros teníamos Educación técnico manual  con el temido profesor Perro Muñoz, que el Señor tenga en su San

Capítulo II: "Paula y mis bolitas"

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Frente a mi casa hay una pequeña plazoleta. Antes, los niños solíamos jugar en ella. Hoy, los niños fueron desplazados por esa gran masa de adolescentes y jóvenes que gustan de inhalar yerbas aromáticas y beber jugo de uvas o granos fermentados. Pero antes, cuando los niños todavía teníamos el monopolio de las plazas, conocí  en ella a Paula. Paula era compañera de curso y vecina mía; nos separaban solo tres casas. La había visto en el colegio, pero nada más, hasta una soleada tarde de invierno. Jugaba con mi hermano en la plaza a las bolitas y una niña rubia, sin los dientes delanteros superiores, se acercó a mí para pedirme participar del juego. En ese tiempo, el machismo no era machismo, sino parte de la cultura, así que le contesté que no, porque ella era mujer, y jugar con bolitas no era digno de su género. Pero insistió tanto... Recuerdo que solía vestir una jardinera azul y tener el pelo siempre suelto. Además, aunque ya para diciembre tenía la dentadura completa, la recuerd

"Soy malo porque soy desgraciado"

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No me hallo bien. Hace tiempo ya que la relación con mi polola no ha estado del todo bien. No voy a entrar en detalles, que al fin y al cabo solo deben importarle a ella y a mí, pero sí quiero decir que no me siento bien al respecto. Siento una profunda desazón en mi pecho, un vacío imposible de describir, una oquedad que no sé con qué ni cómo llenar. Lo peor, es que no sé cómo solucionarlo, y es como si no pudiera pensar ni ver nada con claridad. Debo confesar, además, que no he sido precisamente un príncipe encantador últimamente. Me he comportado distante y frío, a ratos incluso irónico y agresivo en mis respuestas. Nada bueno, ¿verdad? Muchas veces me pregunto cómo es que mi polola me tiene paciencia suficiente. Quizá tengo a mi favor, como atenuante, la situación en que me encuentro, que han de saber no es fácil y, por lo mismo, demasiado larga de explicar aquí. Lo concreto es que no me siento feliz, ni siquiera contento. La mayor parte del tiempo me encuentro amargado, y me

Capítulo I: "El día en que fui pololo de la reina de belleza"

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Para empezar a contar algunos de mis infortunios amorosos, decidí remitirme cronológicamente a mis primeras experiencias. Y creo que esta es la primera de la que tengo recuerdos... y vaya que parece que esta no es tan mala como las que vendrán y vendrán... Pues sí. Así como lo dice el título, fui por un día pololo de la reina de belleza. Claro está que lo anterior pierde harto de glamour cuando se sabe que ambos teníamos solo seis años y estábamos en primero básico. Pero en fin, no todos pueden decir que tuvieron de polola a una reina de belleza. Gabriela se llamaba, y me amaba gracias a mi simpatía e inteligencia... o tal vez a los chocosos con manjar que le regalaba todos los días. ¡Qué buenos eran esos chocosos del supermercado Ribeiro! Como fuera, Gabriela era la niña más linda del primero B, eso hasta yo de seis años podía notarlo. Tenía una hermosa melenita café y ojos color miel. Y siempre olía a chicle de fruta... como un Dos en Uno recién abierto. Con más orgullo, además,

Dos cabezas y dos corazones...

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Estimados: Debo hacerme un mea culpa por no haber mencionado antes a quien acaba de escribir esa bonita entrada sobre la amistad entre hombres y mujeres . Conversando con ella el otro día, se me ocurrió que sería interesante hacer de este blog no solo un soliloquio, sino que algo que recogiera más miradas que solo la mía, así que se lo propuse y ella aceptó. Pues bien, ¿Quién más que mi amiga Denisse Salazar podía ser? Ella tiene una capacidad de escritura que las más veces me hace sonrojar de envidia y, además, una vida social tan activa que las historias que podría contarnos nos mantendrían entretenidos por varios siglos. Así que este blog será colaborativo, será a medias... y quién sabe si después ya no sean solo dos cabezas y dos corazones, sino tres y más.

ELLOS Y YO

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Mi relación con los hombres se ha basado en un pilar concreto: la amistad. Mis grandes amigos son del género opuesto. Existe una afinidad entre su torpeza en el trato y mi ironía tan característica. Los abrazos más profundos y sentidos han venido de ellos, los mejores consejos también. Percibo que en esa amistad, puedo ser más libre, actuar relajada, no ocuparme tanto de mis comentarios, de si estoy hiriendo a alguien. Con mis amigas debo ser más cuidadosa, usar toda mi capacidad de empatía para comprender sus problemas y situaciones, saber también que cada una de ellas es un ser muy especial… y -entre nosotros- eso me agota. Con mis amigos, puedo estar en pleno desacuerdo, ahondar en sus defectos y escuchar sobre los míos, reírme de un mal chiste y hacer comentarios poco adecuados. Puedo saber que todos los días son personas iguales; nosotras, no. No todo es tan serio si uno tiene un amigo, no todo es broma también. La vida se hace más práctica, todo tiene límites más diferenciad