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Mostrando entradas de enero, 2011

Un viernes de estos...

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Como todos los viernes, llegó al parque y se sentó en el mismo escaño verde de todos los viernes. La tarde comenzaba a declinar, pero la luz aún era intensa y la canícula había dado paso a una fresca brisa que alegraba a los transeuntes. Le gustaba el parque y su frescura. Le gustaba su verdor entre tanto tráfico, ruído y cemento. Le gustaba porque era uno más entre tantos otros.  Hacía ya meses que había adoptado la rutina de sentarse en ese mismo escaño todos los viernes. La oficina se vaciaba rápido los viernes, todos salían más temprano y más felices los viernes. Todos menos él, claro está, que por los medios que fuera, intentaba retresar su salida. Cuando ésta se hacía inevitable, tomaba sus cosas y salía procurando ser visto por las menos personas posibles, para evitar las invitaciones que podrían hacerle, que el sabía eran bien intencionadas, pero solo hechas por buena educación o lástima.  Caminaba el trecho entre la oficina y el parque, que no era poco, pero tampoco mucho. L

Capítulo VIII: "El largo adiós" (segunda parte)

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Dicen que los polos opuestos se atraen. Quizá esta máxima de la sabiduría popular sea de los más correcto, pero el atraerse, el llamarse la atención no es suficiente. A veces, el complemento no alcanza para hacer de una relación algo pleno, duraredo, feliz.  Nunca sabré a ciencia cierta cuánto fue mi culpa y cuánto la de ella en el término de nuestra relación. O cuánta culpa tuvieron agentes externos a nosotros dos. Tal vez de nada importa saberlo; aunque nos duela, si de algo estamos seguros, es que no podemos modificar el pasado: solo nos queda arrepentirnos de lo que hicimos o no. Ella era un torrente. Yo un pequeño arroyo. Ella era energía desbordada. Yo, una lámpara mortecina. Ella era risa. Yo la melancolía. Ella sería el futuro. Yo anhelaba el pasado. Ella era la vida. De la manera más dolorosa es como aprendí(mos) esta lección: No basta con el amor. Claro, se puede intentar, estirar la cuerda hasta donde más dé, pero tarde o temprano, terminará por romperse. Dos personas que

Síndrome Martín Romaña

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Me aqueja un extraño padecimiento. Aunque es raro, no creo ser, en todo caso, el único hombre que lo sufre. Desde que tengo uso de razón me ha ocurrido lo mismo. Explicaciones he intentado darle, varias. Desde mi complejo de inferioridad congénito hasta mi inseguridad genética, pasando por esa enorme necesidad de sentirme querido que me atormenta. Lo sufro en la imaginación, también en el alma. Lo sufro por las noches y bajo el mediodía. A veces se manifiesta intenso, otras, más suave. En ocasiones es breve como un suspiero y otras, extenso como el horizonte.  Su síntoma -porque sí, es uno solo- es bastante fácil de describir, aunque muy probablemente, difícil de entender. Paso a explicitárselos entonces: No puedo dejar de imaginar la vida entera al lado de cualquier mujer que me preste un poquito de atención. ¿Se entiende? Sucede que siempre que alguna mujer me brinda, aunque sea por caridad o porque en ese momento no tenía nada mejor que hacer, algo de su atención, de su tiempo, de