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Mostrando entradas de 2011

El problema con Valparaíso

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Me creerás, si te dijera, que he intentado volver a Valparaíso? Volver a sus cerros, a su puerto, a sus plazas Lo he intentado pero no puedo o más bien no quiero y es que Valparaíso tiene un problema que tú ya no está en él para caminar conmigo para sentarte frente a mí en el trolley y sonreírme no solo con la boca sino también con los ojos Y ya no me llevarás a conocer los ascensores ni te sentarás conmigo en las terrazas a contemplar los colores del puerto vivo ni correremos de la mano por los andenes de la Estación Puerto ni dejaremos nuestros nombres grabados en las paredes de un sombrío restaurante Comprenderás, entonces, porque no he vuelto a Valparaíso y es que el dolor se me atraganta cuando pienso en recorrer sus calles solo cuando me imagino me veo bajo la sombra del gomero gigante de la plaza de la Victoria sin tu hombro para apoyar mi cansada cabeza

Recuerdos de una muchacha y un balón de básquetbol

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Dos figuras aparecieron de improviso entre los árboles del hermoso parque. La verdad, iba tan abstraído en mi caminata, que no los hubiese notado aunque caminaran a mi lado por largo rato. Pasaron como si no me hubiesen visto, riendo y haciendo botar sendos balones de básquetbol. Y, entonces, ese evocador poder que tienen determinadas imágenes, olores, sonidos... retrocedí en el tiempo y me vi a mí mismo en esa situación, creyéndome jugador de básquet, viendo todas las tardes por Chilevisión Slam Dunk , entrenando en el gimnasio de Puente Alto los sábados y en la Casa de la Cultura los días de semana, después del liceo, porque alcancé a ser de la feliz generación que solo estudiaba hasta las dos de la tarde. Me parece todo tan lejano... realmente me cuesta mucho convencerme de que fue verdad, de que lo viví. Me cuesta creer que hubo un tiempo en que reí más. Y recuerdo que la muchacha que me gustaba, de la que escribí aquí, iba a veces a jugar con mis amigos y yo. Para mí era un

Flores (marchitas) nocturnas

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Por la cresta que ha estado mala la cosa. ¡Y eso que es fin de mes! Ayer no hice ni uno. La Violeta tampoco, por lo que me contó. ¡Y este frío de mierda! ¡Estamos en octubre y todavía el viento y el frío! Hoy necesito hacerme al menos una quince lucas. Si no, no sé con que voy a pagar la pieza. ¡Ya pues hombres, qué les pasa! Estos güeones te miran, te comen con los ojos y pasan de largo. Algunos preguntan que cuánto sale, que en qué consiste. Se hacen los interesantes, los difíciles... ¡Hasta descuento piden los chuchesumadre! No. Estoy cagá. Ya estoy vieja para esto. Todavía caliento a los güeones, pero cada vez menos. No como antes. Antes los tenía comiendo de mi mano a los culiados. Les movía un poco el poto y los babosos me seguían y seguían, sin decir nada hasta el hotel. Ahora caliento a puros viejos o puros cabros chicos. ¿Pero ahora, que les puedo mover? El poto se me chupó, las tetas se me han caído, me salió guata. ¡Guata! Cuando yo era más flaca que un chuzo. Y yo so

Amor, amor... ¿Dónde oí esa palabra antes?

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Atravesando los desérticos cerros, una fresca brisa logró colarse hasta el centro de la ciudad. Aparecía la primera estrella de la incipiente noche, y él dormitaba en una silla de terraza ubicada bajo una frondosa enredadera cubierta de flores. Lo despertó el ruido que hizo el libro que dejó caer de sus manos. La terraza del hotel estaba completamente vacía y solo se escuchaba el ruido de las hojas mecidas por el viento que a cada instante soplaba con más bríos.  Por un instante pensó hallarse completamente solo. No sólo en el hotel, ni en la ciudad, sino solo en todo el mundo. Él, las plantas y el viento. Un bocinazo a lo lejos lo alejó de ese pensamiento. Sin duda algún otro bípedo implume como él había hecho sonar la bocina de su auto, ya fuera para alertar a un distraído peatón cruzando a mitad de la calle o tal vez, para llamar lasciva y torpemente la atención de una bella muchacha que caminaba coqueta por la vereda. Lo cierto es que sin estar solo se sentía solo , lo que

Ramen

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A eso de las siete y media, cuando ya está completamente oscuro afuera, sobreviene el hambre. Ya el invierno se ha instalado plenamente en Santiago y todo se cubre de una fina capa de blancuzca y fría humedad. En la oficina, sin embargo, no se siente el frío. La calefacción funciona bien, aunque la blanca luz de los tubos fluorescentes no contribuye generar una atmosfera cálida. Tampoco el hecho de que estás solo en la inmensa oficina. A lo lejos, escuchas el molesto zumbar de la aspiradora que alguna de las señoras del aseo pasa con desgano sobre la alfombra imposible de limpiar. Afuera, los ruidos propios de la ciudad inmensa en que vives: bocinas, sirenas, el sordo rumor de mil voces por todos partes. Abres el cajón de tu escritorio y encuentras el envase de fideos chinos que dejaste allí hace un tiempo. No es malo. Solo agua hirviendo y tres minutos es todo lo que necesitas.  Mientras esperas, piensas en que te quedas hasta tarde sin motivo, o más bien, con uno muy específico: no

"Antes muerto estaré que escarmentado"

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Tropezar de nuevo con la misma piedra, no solo dos, sino múltiples veces, parece ser la verdadera naturaleza humana. A veces, eso sí, parece inevitable hacerlo. Sumergirse, inclusive con placer, en el error, en el sinsentido que sabemos, como gatos viejos que ya somos, nos traerá dolor y lamentaciones, otra vez. Pero así es. Así es. De tal forma, anda entonces uno por esta vida con su corazón mustío, umbrío por la pena, casi bruno . Anda protegiéndolo, intentando que no se dañe más, que no se manche, remedándolo con sobras, con miguitas de amor que recoje por ahí o por acá. Lo guarda bien, lo esconde se diría. Le niega la luz del sol tan bondadosa, por miedo a que los otros vean su estado y, sobre todo, por miedo en a que alguna quira sacar provecho de su débil condición.  Pero el corazón es débil a pesar de la cicatrices. Un buen día (o un mal día, depende del momento), una sonrisa luminosa, una risa fresca, unos ojos nocturnos, un perfume profundo, una palabra sencilla de mujer lo

"No demos al dolor más territorio"*

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La noche había sido larga. La mujer se había quejado toda la noche. Trataba de disimular su dolor, de controlar sus estertores angustiantes, pero toda su agonía era inmensamente superior a sus pocas fuerzas. El viejo no durmió. No podía hacerlo hacía días. Apenas algunos leves períodos de sopor, en que se veía inmerso en oscuros sueños, pesadillas más bien. Cada vez que los ahogos se hacían imposibles de disimular, tomaba la mano de su mujer con fuerza, la sostenía e intentaba tranquilizarla, respiraba con ella, le entregaba toda la calma que le era posible.  Con los primeros rayos de sol, el viejo se levantó con suavidad. La mujer parecía haberse dormido, a pesar de seguir respirando con dificultad. Rengueando llegó al baño. Mientras se lavaba la cara, se quedó mirando en el espejo. No era él. No se reconocía bajo las profundas arrugas, los pliegues, el escaso pelo blanco. Sus ojos ya no tenían color definible y, a decir verdad, de poco le servían sin unos gruesos anteojos. Había evi

En las sombras

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"De otro. Será de Otro. Como antes de mis besos". Pablo Neruda, Poema 20.  A la mitad de la estrecha galería, se encontraban casi ocultas las escaleras. Eran de "caracol", sucias y mal iluminadas. Mientras descendía, podía percibir con más intensidad el compuesto olor que subía desde la oscuridad a la que él bajaba. Un olor a encierro y humedad... un olor a cigarro y sudor, a multitud. La música se intensificaba también. Ritmos bajos hacían vibrar los escalones.  Una vez hubo llegado al subterráneo, contempló nuevamente la galería hacia arriba. Ese centro comercial como tantos se construyeron en el centro, una espiral, un "caracol", donde la mayor parte de los locales estaban cerrados, y solo unas cuantas peluquerías se mantenían funcionando. Eso arriba, a la luz, a la vista de las honestas personas que transitaban por la calle, porque abajo, abajo, en lo oscuro, otro tipo de negocios sí funcionaban y prosperaban, lejos de la luz, a la sombra, precisam

Macilento San Valentín

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Fiesta comercial, te dirás. Invención de los malditos publicistas, te dirás. Día de suerte para los cines y las florerías, te dirás. Salvación anual de las chocolaterías, te dirás. Conspiración de Hallmark y Village , te dirás. Doble explotación de esclavos chinos en fábrica de peluches, te dirás. Un día más entre el 13 y el 15, te dirás. No estoy "ni ahí", te dirás. A otro perro con ese hueso, te dirás... Pero aunque no quieras, aunque tu intelecto te recrimine, aunque sepas que tienes la razón, Siempre es mejor estar de a dos para esta fecha, te dirás, también.

Alone again, naturally

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"El corazón tiene razones que la razón no entiende", reza la famosa cita de Pascal. Y harto de verdad tiene, sobre todo cuando te supera aquello que tu intelecto dicta como un sinsentido, pero tu corazón, tus sentimientos, te hacen padecer, revivir, anhelar.  Este verano, además de caluroso, ha sido particularmente difícil para mí. Me había acostumbrado a la compañía. Me había acostumbrado a tener "un panorama" de a dos a la vista. Me había acostumbrado a los viajes en pareja, a la aventura de ir haciendo juntos un camino, de detenernos dónde se nos diera la gana; en un pueblito perdido, a la orilla de un río, junto a un molino de agua... Me había acostumbrado a capear el calor de a dos.  Pero lo cierto, lo trágicamente cierto, es que nunca fuimos ni amos ni señores de nuestros destinos. No sé si por nuestra exclusiva culpa, o por la culpa de otros, pero nunca fuimos lo que debimos: dos y solo dos.  Mas todo ha terminado. Acabó hace casi un año. Terminó y eso sí e

Un viernes de estos...

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Como todos los viernes, llegó al parque y se sentó en el mismo escaño verde de todos los viernes. La tarde comenzaba a declinar, pero la luz aún era intensa y la canícula había dado paso a una fresca brisa que alegraba a los transeuntes. Le gustaba el parque y su frescura. Le gustaba su verdor entre tanto tráfico, ruído y cemento. Le gustaba porque era uno más entre tantos otros.  Hacía ya meses que había adoptado la rutina de sentarse en ese mismo escaño todos los viernes. La oficina se vaciaba rápido los viernes, todos salían más temprano y más felices los viernes. Todos menos él, claro está, que por los medios que fuera, intentaba retresar su salida. Cuando ésta se hacía inevitable, tomaba sus cosas y salía procurando ser visto por las menos personas posibles, para evitar las invitaciones que podrían hacerle, que el sabía eran bien intencionadas, pero solo hechas por buena educación o lástima.  Caminaba el trecho entre la oficina y el parque, que no era poco, pero tampoco mucho. L

Capítulo VIII: "El largo adiós" (segunda parte)

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Dicen que los polos opuestos se atraen. Quizá esta máxima de la sabiduría popular sea de los más correcto, pero el atraerse, el llamarse la atención no es suficiente. A veces, el complemento no alcanza para hacer de una relación algo pleno, duraredo, feliz.  Nunca sabré a ciencia cierta cuánto fue mi culpa y cuánto la de ella en el término de nuestra relación. O cuánta culpa tuvieron agentes externos a nosotros dos. Tal vez de nada importa saberlo; aunque nos duela, si de algo estamos seguros, es que no podemos modificar el pasado: solo nos queda arrepentirnos de lo que hicimos o no. Ella era un torrente. Yo un pequeño arroyo. Ella era energía desbordada. Yo, una lámpara mortecina. Ella era risa. Yo la melancolía. Ella sería el futuro. Yo anhelaba el pasado. Ella era la vida. De la manera más dolorosa es como aprendí(mos) esta lección: No basta con el amor. Claro, se puede intentar, estirar la cuerda hasta donde más dé, pero tarde o temprano, terminará por romperse. Dos personas que

Síndrome Martín Romaña

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Me aqueja un extraño padecimiento. Aunque es raro, no creo ser, en todo caso, el único hombre que lo sufre. Desde que tengo uso de razón me ha ocurrido lo mismo. Explicaciones he intentado darle, varias. Desde mi complejo de inferioridad congénito hasta mi inseguridad genética, pasando por esa enorme necesidad de sentirme querido que me atormenta. Lo sufro en la imaginación, también en el alma. Lo sufro por las noches y bajo el mediodía. A veces se manifiesta intenso, otras, más suave. En ocasiones es breve como un suspiero y otras, extenso como el horizonte.  Su síntoma -porque sí, es uno solo- es bastante fácil de describir, aunque muy probablemente, difícil de entender. Paso a explicitárselos entonces: No puedo dejar de imaginar la vida entera al lado de cualquier mujer que me preste un poquito de atención. ¿Se entiende? Sucede que siempre que alguna mujer me brinda, aunque sea por caridad o porque en ese momento no tenía nada mejor que hacer, algo de su atención, de su tiempo, de