Capítulo VI: "Me han estremecido un montón de mujeres"



Han pasado muchas cosas últimamente en mi vida. Eso me distrajo un poco de continuar con las desventuras amorosas de mi vida. Hoy me he propuesto retomarlas desde uno de los momentos más cruciales de mi vida: mis años de universidad. 
Cuando miro para atrás, no puedo evitar sentir que nunca más seré tan feliz ni pleno como en esos maravillosos cinco años en los pastos de Macul; en ese mítico y querido Pedagógico. Con todas sus virtudes y todos sus defectos. Con otoños de ensueño y lagrimógenas que de pronto nos caían del cielo. Con la estatua sin cabeza, con la biblioteca - casino, con las largas y felices tardes bajo los árboles.
Para mí, tantas, tantas cosas. Pero por sobre todo: mujeres. Miles de mujeres, porque en el Peda la proporción era de cinco a uno. Mujeres lindas y no tanto, seductoras y santurronas, católicas y libertinas, de caderas anchas y busto pequeño y de busto exuberante y delgadas caderas. Gordas, flacas, rubias, morenas, crespas... mujeres como nunca antes en mi vida. Cualquiera en mi lugar se habría hecho la América, pero yo cargaba con un problema: yo. 
Como recordarán, amigos lectores, en el capítulo V terminé una traumática historia de amor que nunca se consumó, por lo que al llegar a la universidad, venía todavía cargado de todas esas leseras en mi cabeza. Aunque sí debo decir que tenía todas las intenciones de redimirme con la primera mujer que se me cruzara por delante (esto es un decir, la verdad con la primera mujer que me mostrara algo de compasión...) Después de todo, era ahora o nunca. Tenía ya 18 y no quería llegar a los veinte sin haber amado... Además, hasta las probabilidades estaban de mi lado con un curso 90% femenino. 
Mi amigas de hoy me perdonarán, pero sería hipócrita si dijera que cuando las conocí en ese primer año no las vi en primera instancia con ojos de amistad... todas ellas podían ser la mujer que me sacara de la soledad. Pero he ahí que me pasó lo que siempre me pasa: dos o tres conversaciones con ellas para terminar sabiendo que nunca nada pasaría entre nosotros. Es más, generalmente terminábamos hablando de sus pololos, sus sueños de hombre ideal y, claro, Felipe. Tan buen amigo... y eso. Me querían mucho como para tener algo más conmigo. Así que para variar tuve muchas suegras, pero ninguna polola.
Pero todas y cada una de ellas dejaron una huella indeleble en mí: me enseñaron cómo son las mujeres. Me mostraron sus grandezas y pequeñeces, su enorme fortaleza y las pocas debilidades que saben explotar tan bien... sobre todo me enseñaron que son maravillosas y que son una bendición esquiva.
Y también tuve oportunidades que no aproveché... rayos, ¡Cómo me arrepiento ahora! Me arrepiento de haberme arrancado de la casa de una compañera que me acosaba con masajes... idiota de mí. Me arrepiento de no haber intentado ser menos caballero y más patán y haberme cogido el momento que la vida me ofrecía, en los patios, en los pasillos, en las salas de clases, escapando de las nubes de gases lacrimógenos... en fin haber tomado la vida por los cuernos y haberme dado unos buenos porrazos con ella durante mi vida de estudiante. Porrazos me di, claro que de los dolorosos y vergonzosos, en la fotocopiadora por molestar a una amiga, a la entrada de la biblioteca por ir mirando las caderas de una compañera y, el que más me dolió, a la subida de las escaleras, disfrazado de Calisto y con capa, por hacerme el lindo con una compañera que me gustaba, una floritura con la capa y ¡paf! la frente en el suelo.
En la universidad me hice experto en calcular los períodos ovulatorios, en saber tallas de sostenes, casi podría hacer un máster en técnicas depilatorias y, agradezco el dato, aquellas "cosillas" que en la intimidad les agradan más a las mujeres. ¡Ay, mis compañeras! hablaban de los temas más impúdicos delante mío como si yo fuese una más de ellas... y yo me ponía como tomate maduro y cruzaba las piernas para disimular, porque a ellas parecía que se les olvidaba que yo tenía ciertas cosas que harto me diferenciaban de ellas.
¡Época maravillosa! Ojalá pudiera volver.
Cosas buenas me quedaron. Amigas entrañables, experiencias de vida, conocimientos eternos... pero lo que más me quedó es el estremecimiento de sentir, en cuerpo y alma, el milagro que Dios regaló... la mujer. 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
eres un gran diamante bruto, o en bruto...deja que las mujeres que te gustan o que crees que les pareces interesante, vean a ese hombre que ha escrito esto...una joya grande, que puede ser pulida y capaz de amar como se debe a una femina!!!

Entradas populares de este blog

"Soy malo porque soy desgraciado"

Los fantasmas de las Navidades pasadas.

Preguntas antes de dormir