Donde quiera que se pose tu mirada






Se abren las puertas. Un mar de hombres y mujeres cansados salen del vagón. Son todos únicos y, sin embargo, iguales. Guardan silencio, caminan con prisa , pero con desidia. Parecieran ser de color gris. Te subes junto con otro mar de gente. Intentas encontrar un espacio para acomodarte mejor. Cierras los ojos y pareciera que el sueño te envuelve de inmediato, y tú mismo te terminas de convencer de lo que ya todos te han dicho antes: no es normal estar siempre tan somnoliento. Te preocupas, pero no lo suficiente como para que te importe realmente. Se desocupa un asiento y te sientas. Vuelves a cerrar los ojos y, esta vez, sí te duermes por unos minutos de verdad. El tren avanza por el negro túnel y duermes aún cuando sale al aire fresco de la fresca noche invernal. Entonces, te despiertas asustado. Necesitas un segundo para situarte, para reposicionarte y comprender dónde y por qué estás en ese lugar. Ahora ya estás despierto otra vez, pero notas que algo ha cambiado. Ya no solo te rodean hombres y mujeres grises, sino que también otros hombres y mujeres de múltiples colores. Se besan, se abrazan, se toman de las manos. Te parece que brillan y hasta te hieren los ojos, porque lagrimeas. Y sus abrazos son inmunes al frío de la noche, lo rompen, lo entibian. 
Y, aunque no quieres, no puedes eviter pensar en ello. Pensar en las oportunidades perdidas, en los abrazos rotos, en los besos no consumados. ¿Qué puede igualar la humedad de un beso tibio? ¿Dónde puedes comprar ternura, calor? Quisieras ser ese joven a quien besan con tanta alegría, o ese otro hombre calvo al que abraza una mujer de edad indefinida. Quisieras que ese fierro frío del que te ases fuera la mano de una mujer que apretara también la tuya.
Te bajas. Caminas con rapidez pero, como un castigo, vez amantes por todos lados... se ríen, danzan, brillan. Para ellos la vida es buena, está plena de futuro. Te pareces a un murciélago ridículo que se arrastra entre ellos. Solo te falta subir una escalera para salir de la estación, pero la bloquea una pareja con su pequeño hijo, al que lleva cada uno de una mano. 
Ya fuera te sientes como embriagado. Te sientas en una banca. Respiras. ¿Por qué es tan difícil estar solo? Canciones y canciones se vienen a tu mente. En el el cielo negro Venus brilla enorme y hermosa. Reflexionas (o recuerdas) otro rato y al fin enfilas a tu casa. Ya estás más tranquilo, sabes que ese bendito sueño instatáneo te librará de más pensamiento, al menos por estas noche. Te encierras, cierras cortinas, apagas luces, aprietas los párpados. Afuera, los hombres y las mujeres se besan, se abrazan, se hacen el amor. Tú, tú duermes ya.

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