Primavera que me haces daño



Odio la primavera. Quizá alguna vez, hace algún tiempo, dejé de hacerlo, pero mi odio ha vuelto hoy, junto a las onerosas cuentas del médico y los antihistamínicos que apenas surten efecto.
Mas, uno se acostumbra tarde o temprano a vivir moqueando, a la picazón de las mucosas, a los pañuelos desechables. Se puede sobrevivir un tiempo en base a inhaladores y pastillitas. 
Lo que no le perdono a la primavera es la alegría desbordada. La fiesta de los sentidos. El ámbito colmado de perfumes. El fulgor de las mañanas. No le perdono la explosión de los colores. No le perdono dejarme a un lado de todo aquello. 
Y es que no es justo descubrir en las mañanas que todo cobra una inusitada y renovada energía. Como si la vida se despertara después de una siesta. No es justo que a ti no te pase. Salir a la calle, subir al metro y constatar con estupor e impacto que las mujeres están más bellas, que sus mejillas están más rosadas, que sus  pies se muestran en frescas sandalias y sus muslos claman por salirse de sus pantalones... ver a las mujeres más hermosas cada día y uno... sí uno, cada vez más opaco, más feo, más nube negra.
No te perdono, Primavera, el banco para uno en el parque, la mano que no encuentra compañía, los ocasos sin dedicatoria, el beso que se perdió en el aire.
No te perdono que no me invites a la fiesta. Que me dejes fuera de la vida que renace. No te perdono dejarme de espectador ante la maravilla de tu obra.
No te perdono no tener una mujer a mi lado que huela a ti, Primavera. 

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