Canción última





"...Y mientras yo te sienta,
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.
La gran prueba, a lo lejos,
de que existió, que existe,
de que me quiso, sí,
de que aún la estoy queriendo".
(Pedro Salinas: La voz a ti debida)


Lo terrible, lo realmente terrible es que ambos sabíamos que pasaría. Era el curso natural de las cosas. Estábamos lejos el uno del otro, es cierto. Habíamos terminado, eso también es verdad. Pero, no sé, yo me consolaba sabiéndote ahí, como una presencia luminosa que, aunque lejana, seguía al alcance de mi corazón. Y yo creía que para ti, yo era era un especie de fantasma que de tanto en tanto arrastraba mis cadenas en tu dormitorio y en tus sueños. Un fantasma que aún te penaba y se dejaba sentir.

Y así estuvimos tanto tiempo. Saludos en los cumpleaños. Alguna felicitación de vez en cuando. Tarjetas de Navidad... un libro con dedicatoria, y muchos parabienes. 

Era bueno saber de ti. Saber que estabas, para bien o para mal, estabas. 

Y es que sabíamos, los dos, que de muchas formas lo nuestro fue una hermosa historia y el principio de muchas cosas para ambos. Pero sabíamos que un día la pausa terminaría. Yo lo sabía. Lo sabía, pero no quería pensar en ello, porque era como pensar en la muerte. Evitamos su nombre, su recuerdo; la sombra de su presencia en nuestros pensamientos. Mas sabemos que a todos nos llegará a su tiempo, aunque nunca pensemos ni hablemos de ella.


Y llegó. Una tarde de diciembre, por casualidad leí de tu partida en busca de ese amor que yo no supe darte. Para qué voy a ocultarte que me dolió, que sentí una puñalada artera en el costada y penetró hasta mi pecho, hasta mi corazón.

Y para hacer más sabroso mi dolor, la comedia, resulta que el afortunado viene siendo algo así como el Príncipe Azul en versión italiana: el estereotipo del apuesto europeo elegante, de mundo, interesante y, como no, apuesto.

Claro que no hay comparación posible que no fuera una cruel e innecesaria contienda, o una compasiva mirada hacia mí, como diciendo "pobre tipo... hay que ayudarlo a que deje de sufrir. Por eso, te ruego, nunca le muestres una foto mía al tano. Ojalá tampoco le hables de mí... ¿Para qué? Que nunca sepa lo que fui... imaginarlo riéndose de mí, preguntándote ¿En serio...? ¿Te gustó este tipo, de verdad? Ay, la puntada... 

Claro que podría haber sido peor. Podría haber sido francés y en vez de llevarte a Roma o Nápoles, te llevaría a París con aguacero, Torre Eiffel y Champs Elysees... y yo no soportaría imaginarlo besando tu blanco cuello, musitándote con ese nasal sonsonete francófono inmoralidades como "mon cheri", "mon amour" o, la peor pesadilla, invitándote a vivir una "petite mort" en su piso con vista al Sena.

Así que menos mal no es francés... aunque, quizá te lleve a Capri; y él sea ahora tu Neruda y tú seas su Matilde, y escriba poemas acerca de tu risa y que no se la quites o sobre tus pies hermosos y pequeños, y juntos en la isla se amen, él, Capitán. Tú, su Puerto. 

O, tal vez, te recite un Dolce Stil Novo, y tú seas Beatriz y él tu Dante que habiendo atravesado el infierno te encuentre allá en el Paraíso... y yo, yo seré Virgilio, vagando para siempre entre el Purgatorio y el Infierno...

Perdón... estoy divagando. No quería hacer una elegía. Mi intención era, en realidad, desearte felicidad y suerte. Mereces todo ese amor que un mísero yo no supo darte. Mereces una vida radiante y no la opaca compañía de este hombresombra que fui, que soy, que seré. Aunque reconozco que me hiciste brillar muchas veces, pero ya ves que terminé por volver a mi nocturno lugar de ruinas y pasado. Tú tenías la vista en el porvenir; yo, en el pasado. Un pasado que ni siquiera viví, que no fue sino algo como una intuición, un crepúsculo que me arrastraba y sumergía. 

Pero, a pesar de todo, quiero que te vayas sabiendo que cuanto supe y pude dar lo di. Que hice cuanto estuvo en mis manos por hacerte feliz, por amarte como merecías. Fue poco, lo sé, pero no tenía más... un pobre corazón que se bate entre el anhelo y el cansancio de latir. Modesto corazón que se va contigo, como equipaje no deseado, como regalo inoportuno imposible de rechazar. Se va porque así lo ha querido. Se va y me deja este espacio, esta oquedad donde guardo la pena y el dolor. Se va y está bien, porque ya de nada me sirve.

No quiero que sientas pena por mí. Este era mi historia desde siempre. Te escribo estas palabras que nunca llegarán a ti, que no enviaré. Las escribo para tu recuerdo que vive en mí, pero por el amor que te tengo es que de verdad quiero que seas feliz lejos de mí. Y que yo no sea más que una borrosa sombra en tu memoria, un "ser que se detuvo un instante frente a tus labios".

Y me quedará el dolor. Este dolor "última forma de amar". Un dolor que no deseo que desaparezca. Una herida que se abrirá para recordarme que fue cierto. Una cicatriz, un dolor de un miembro fantasma, que me recuerde que sí pasó. Y serás la foto en el cajón, la figurita sobre el escritorio, la carta amarilla entre las páginas de un libro... una imagen constante. El vivo recuerdo de que al menos una vez en mi vida amé y fui amado.

Adiós, amor.






Comentarios

Entradas populares de este blog

"Soy malo porque soy desgraciado"

Los fantasmas de las Navidades pasadas.

Preguntas antes de dormir