Hoy: Para no estar sola [o Canción de invierno]






"Cuando todo pasa te crees segura,
mientras con tus horas revuelves cenizas.
Presientes muy dentro pasiones prohibidas.
No importa mentirse para ser felices,
hasta que un deseo se mete en tu lecho.
Mas, ¿qué estás pensando? Te tapas el pecho (...)
(...)La angustia es el precio de ser uno mismo:
mejor ser felices como nuestros padres
y hacer de la lástima amores eternos.
Hasta que, a la larga, te tape el invierno". 



Despertó desorientada. El intenso brillo del sol que se colaba por la ventana del dormitorio parecía conferirle una vida nueva a todas las cosas. No tardó más de un par de segundos en recordar dónde estaba y con quién. A su lado contempló la espalda desnuda del hombre con quien había hecho el amor solo hacía unas horas. Ella también yacía desnuda y uno de sus senos, pequeños y firmes, de un rosado pezón que parecía más el botón de una flor, escapaba de la sábana blanca que cubría parcialmente sus cuerpos. Sintió pudor y se cubrió. Era la primera vez que dormían juntos, que se veían y recorrían desnudos, que se entregaban el uno a la otra. 

Como hubiera querido en esa mañana que debía ser feliz no toparse con una sombra que penaba en su memoria. Recordó que hace mucho, en otras circunstancias, también había amanecido junto a esa sombra. Pero entonces se sintió explotar de felicidad. Amaba con todo su corazón y su cuerpo a esa sombra, a ese hombre sombra que fue su primer hombre y con quien fue aprendiendo que su cuerpo estaba lleno de lugares dignos de ser tocados, besados y acariciados. Todo era nuevo. 

Ahora, otro hombre dormía profundamente a su lado. No había comparación. Al menos eso opinaban las amigas, su madre y sus tías. Un hombre - hombre. De buen porte, europeo, elegante... no como ese mal recuerdo, esa sombra que había que sacar de corazón así fuese empujandolo con la presencia de otro. 

No podía quejarse. Tuvo un orgasmo y lo disfrutó. Pero faltaba ese algo inexplicable. Físicamente superior, de medidad más "deseables"... no roncaba, y aun así... aun así ese hombre sombra. Ese que le recitaba poemas de Quevedo. Ese que aburría a todos, menos a ella, con sus peroratas interminables. Ese hombre sombra que podía quedarse horas oliendo su cabello.

Lo quería. Sí, quería a este que dormía volteado hacía su costado derecho. Pero no lo amaba. Ella lo sabía. ¿Entonces? Ya casi tenía cuarenta. Siempre quiso hijos, familia y un hombre a quien amar y que la amara. Y con este que yacía a su lado tendría todo eso, menos el amor que no conseguía sentir. Ese amor profundo que de tan intenso podía ahogar, podía doler. Pero el hombre sombra no volvió. O más bien, siempre fue débil e indeciso. Inmaduro. Un perdedor a decir verdad. Ella quiso tranformarlo y no pudo. Y sí, algo de culpa tuvo también. Quizá si hubiese sido más firme con su entrometida madre... o sus tías opinantes. Pero ya no valía la pena pensar en eso. Lo importante es que no estaba más sola. Había un futuro para ella después de todo. 

Y quizá el hombre sombra tenía razón cuando una vez, sin pensarlo mucho, escribió por ahí que el amor estaba sobre valorado. Ella aprendería a vivir así. Habría paz en su vida. Habría aprobación unánime de la familia, los amigos y hasta el barrio. Al fin tenía un hombre de verdad en su vida y no solo un remedo. Remedo sombra. 

Tenía a un hombre en su vida, aunque fuese solamente para no estar sola.

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