A quien corresponda




Santiago, 14 de febrero del 2018.

Muy amada mía, real o ilusoria:

Nuevamente, no he dormido bien por pensar en ti. He vuelto a soñar con tu rostro nunca visto y me he despertado en la oscuridad con el olor de tu cabello flotando en el ambiente. Las preguntas se agolpan, como siempre en mi pecho: ¿Dónde te hallas, oh, amor?, ¿He pasado junto a ti, te he visto alguna vez?, ¿Habré de encontrarte en este mundo?
Tanto amor acumulado en las sombras. Mi corazón ha perdido su ritmo. La culpa, amada, no es tuya sino mía. Son demasiados poemas, demasiadas canciones y novelas para una sola vida. Tantas películas con final feliz, que llegué a creer que también terminaría así. Ahora sé que amar también es dar la lucha.
Sabes, es difícil esta soledad. Duele en las tardes, a la hora del crepúsculo. Duele aún más en las noches largas, en las camas pequeñas de hombre solo, en los trenes, en los hoteles, en los restoranes frente a una silla vacía. Lo peor, lo realmente peor, es que al final uno se va acostumbrando al dolor, a la soledad. Casi se termina por creer que es el estado natural de las cosas. Un darwinismo, una muestra más de la inteligencia de la naturaleza, que se protege de mis genes defectuosos. He llegado a creer que no soy digno de amar y , aun menos, de ser amado. Nadie puede querer a alguien como yo.
¿Ves, señora mía, la magnitud de mis dolores? 
Y, por supuesto, está esta terrible incertidumbre de no saber de ti. Ahora solo puedo esperar tu llegada. Imaginarte, intuirte, soñar contigo, con que existes y me amarás y juntos habremos de salvarnos del vacío oscuro e
inmenso de la muerte. Pero lo cierto es que solo Dios sabe si existes. Quizá ya pasaste por mi vida y yo, ciego y torpe, te dejé pasar. Quizá otro más afortunado te hace feliz ya. Quizá existes mucho más allá de las fronteras que algún día habré de cruzar... o quizá, lo más trágico es que no hay tú. No existes y nadie me salvará de esta soledad.

Toda mi vida esperé que me salvaras de mí. De mis horas negras, de mi melancólica mirada, de mi caminata sin destino. Por ahí dicen que uno no debe esperar que nadie te haga feliz, pero me niego a eso. ¿Tan malo es creer que el amor de una mujer puede hacerte un hombre de verdad? ¿Que el amor puede hacerte feliz?

Por eso, amor mío, te escribo hoy. Te ruego que no tardes más. Ya estoy cansado y viejo. No dejes que mi corazón se ensombrezca más. No dejes que estos amores que guardo se ajen y pudran dentro. Dame una oportunidad de amar, de ser un hombre completo, de trascender juntos el tiempo, la vida y la muerte.

F. 

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