Últimas palabras

 


Amiga:

Sí, te llamo amiga porque no tengo otra palabra con la que poder llamarte. Tu nombre, ese me lo reservo, y lo llevaré conmigo para siempre, escrito como una gran cicatriz en mi corazón. Te llamo amiga, así como alguna vez te llame "mi amor", porque después de todo y nada, quiero creer que aunque nunca más hemos de cruzar palabra ni volveremos a mirar los ojos del otro, todo ese amor que se fundió decantó en algo, que no puede ser solo olvido y pérdida, sino un cariño sano que espero ambos nos guardemos. Te lo dije hace algunos años en la última carta que te envié: no puedo sino desearte todo el bien y toda la felicidad que este mundo pueda ofrecerte; esa misma que yo no pude o supe darte. No te miento al decirte que recordarte (y por ende, escribir esto) aún me produce un dolor sordo en alguna parte profunda del pecho, algo así como un ahogo, pero ya es tolerable y puedo vivir perfectamente con él. ¡Y mira que me costó! Cuánto me costó...

Porque, a pesar de lo que creen algunos y lo que yo he querido hacer parecer hace mucho, la verdad es que sí tengo corazón... empequeñecido, de abuela, ajado, pero latiente al fin. Necesité más de una década y muchas horas de psicoterapia y pastillas para comenzar a intentar ver la vida, nuevamente, con algo de claridad y entender, sencillamente, que hay cosas que no tienen remedio y que el tiempo solo fluye hacia adelante. El tiempo... qué misterio. En un instante parece que tenemos todo el tiempo en nuestros bolsillos y, de pronto, con horror somos testigos de cómo ese tiempo se nos escapa de las manos sin que podamos hacer nada, y parece que mientras menos nos va quedando, más rápido huye de nosotros. ¿Por cuántas noches rogué a Dios para que el tiempo echara marcha atrás? un milagro cronológico que me permitiera volver y enmendar esos pesados errores por los que me puse yo mismo pesadas cadenas que arrastrar. De los arrepentidos es el Reino de los Cielos, dicen. Es un precio alto, en todo caso. El error cometido no puede repararse cuando se cometió, lo único que uno puede hacer es intentar no cometerlo de nuevo. Sé que son obviedades y perogrulladas las cosas que digo, pero me costó mucho tiempo y dolor aceptarlas. No hay vuelta atrás. No hay hechizo del tiempo. No hay un "día de la marmota" ni máquina del tiempo. Solo hay hoy y mañana, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. 

Así que me he quitado algunas cadenas y espero seguir quitándomelas. Soy un hombre que estuvo absolutamente roto; hoy me reparo de a poco, junto mis piezas, estoy parchado. Nunca más seré el que fui; no todo murió, pero sí una gran parte. Todas estas reparaciones involucran también el empeño en resarcir (o rezurcir) mi corazón, con el peligro que eso conlleva: he de exponerlo a la luz, al aire, a la vida nuevamente. Y donde hay vida, se esconden tantas cosas buenas como la alegría o el amor, pero también el dolor.

No pretendo que ni tú ni nadie pueda entenderlo, es un empeño estéril. Con las mejores intenciones del mundo la gente que te quiere intenta matizar tu dolor, minimizarlo, compararlo con otros dolores: te muestran el vaso de agua en que te ahogas. Y sí, puede ser solo un vaso de agua, pero te ahogas. Y solo yo sé cuánto me ha dolido la vida, el ser yo, el perderte, el sentirme indigno del amor. Y yo, que toda mi vida solo quise amar y ser amado. Yo, que me guardé tanto amor adentro que ya no supe que hacer con él, hasta que se fue marchitando, convirtiéndose en una bilis negra... pudriéndose en la oscuridad. 

Quiero que lo sepas, en muchas formas tú me salvaste. Hoy, en que los relatos del mundo te dicen que amar es solo una construcción social y cultural, que no hay misterio y trascendencia en el amor, sino solo química y quimeras, yo reitero, yo declaro que creo en ese amor que puede salvarte. Salvarte de el vacío, de la nada, del olvido. Me rebelo, entonces, contra el discurso de que nadie debe esperar nada de nadie ni poner su corazón en el pecho de otro. Prefiero seguir siendo el iluso que cree que hay más detrás de un beso que un simple momento y una efusión de hormonas. Me salvaste de esa tremenda soledad que me acompañó por tanto tiempo. Me salvaste de mis monstruos de inseguridad, del miedo, del creer que nadie podría amarme nunca, porque yo no fui nunca capaz de hacerlo. Mis manos nunca más volvieron a transpirar, y eso te lo debo a ti. Yo era la princesa olvidada en el fondo de un palacio desierto; tú, la heroína que me sacó e me dio un refugio entre sus brazos.

Y, sin embargo, te perdí. Te dejé ir. Te marchaste. Nos perdimos. Con tu presencia y con tu ausencia, me diste mucho y te llevaste mucho. Y, estúpidamente, no sé por qué creí que siempre estarías ahí. Yo, que intenté detener el tiempo, pero solo logré detener mi vida. Me quedé absorto, pasmado, estático. Me negué a seguir caminando y torné la cabeza hacia atrás hasta que olvidé cómo mirar al frente. Tú, siempre más sabia y vital, seguiste tu camino y abriste tu corazón al futuro. Yo, me quedé rumiando mi dolor y amargura en lo más oscuro del castillo al que regresé. Lejos del mundo, de la vista de cualquiera, de la dicha. Creí que la vida solo me quitaba cosas y nada podía ofrecerme. Todo lo bueno ya se me había concedido y lo había desperdiciado, por tanto, no era merecedor de nada ya. Me dejé arrastrar por el lodo, entre los desperdicios de mi vida. La "Canción desesperada" fue el poema que guardé bajo mi almohada. Eso era mi vida: sentina de escombros.

Pero aquí estoy hoy, una noche de febrero, escribiendo esto. Levantando la cabeza después de mucho, para mirar un poco al futuro. Dando pasos cortos, aprendiendo a caminar. Intentando no temerle a la posibilidad de la dicha, porque quizás no siempre después de ella ha de llegar el dolor. Por eso te escribo estas, las últimas palabras que he de escribirte, no te miento, con los ojos empañados, con lágrimas y nudo en la garganta. Las últimas porque es justo y necesario. Porque tengo que soltarte, dejarte de una vez así como tú lo hiciste. Si quiero destrabar mi vida, debo dejarte atrás. Así que adiós, amiga. No sé si volveré a amar y sentir algo tan grande nuevamente, pero debo creer en la posibilidad al menos. Después de todo Roque Dalton tenía razón: 

"Ha terminado / la hora de la ceniza para mi corazón. / Hace frío sin ti, / pero se vive".

Comentarios

También Importamos ha dicho que…
Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio
...

Entradas populares de este blog

Los fantasmas de las Navidades pasadas.

"Soy malo porque soy desgraciado"

Reverdecido