Capítulo II: "Paula y mis bolitas"



Frente a mi casa hay una pequeña plazoleta. Antes, los niños solíamos jugar en ella. Hoy, los niños fueron desplazados por esa gran masa de adolescentes y jóvenes que gustan de inhalar yerbas aromáticas y beber jugo de uvas o granos fermentados. Pero antes, cuando los niños todavía teníamos el monopolio de las plazas, conocí  en ella a Paula.
Paula era compañera de curso y vecina mía; nos separaban solo tres casas. La había visto en el colegio, pero nada más, hasta una soleada tarde de invierno. Jugaba con mi hermano en la plaza a las bolitas y una niña rubia, sin los dientes delanteros superiores, se acercó a mí para pedirme participar del juego. En ese tiempo, el machismo no era machismo, sino parte de la cultura, así que le contesté que no, porque ella era mujer, y jugar con bolitas no era digno de su género. Pero insistió tanto...
Recuerdo que solía vestir una jardinera azul y tener el pelo siempre suelto. Además, aunque ya para diciembre tenía la dentadura completa, la recuerdo siempre sin los dientes delanteros. De verdad, ella fue, a mis seis años, la primera niña que quise en mi vida, la quise con el amor más limpio que jamás volví a sentir. La quise porque era bonita, porque se reía chistoso, porque jugaba a la pelota, andaba en bicicleta, corría, todo mejor que yo. La quise porque su mamá era muy simpática, la quise porque no tenía papá, porque le gustaba la leche con chocolate, porque con ella dejé la mamadera de lado (por vergüenza a que me viera), la quise porque a mi mamá también le gustaba. La quise tanto, que no me importó que me ganara todas las bolitas...
Y, sin embargo, se fue. Su mamá arrendó otra casa lejos, más barata. Y paula se fue a fines de ese año. Muchas veces me pregunto qué hubiese pasado si no se hubiera ido, si hubiésemos seguido jugando en la plaza, estudiando juntos, si yo hubiera seguido perdiendo a propósito. Le di mi teléfono. En ese tiempo casi nadie tenía, así que también le di mi dirección. Quién sabe, quizá algún día llame o escriba.
Al menos me guardé una bolita blanca, "de leche", que a veces me encuentro por allí en un cajón. Y me acuerdo de Paula...
¿Qué será de ti, Paula?

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