Amor, amor... ¿Dónde oí esa palabra antes?



Atravesando los desérticos cerros, una fresca brisa logró colarse hasta el centro de la ciudad. Aparecía la primera estrella de la incipiente noche, y él dormitaba en una silla de terraza ubicada bajo una frondosa enredadera cubierta de flores. Lo despertó el ruido que hizo el libro que dejó caer de sus manos. La terraza del hotel estaba completamente vacía y solo se escuchaba el ruido de las hojas mecidas por el viento que a cada instante soplaba con más bríos. 
Por un instante pensó hallarse completamente solo. No sólo en el hotel, ni en la ciudad, sino solo en todo el mundo. Él, las plantas y el viento. Un bocinazo a lo lejos lo alejó de ese pensamiento. Sin duda algún otro bípedo implume como él había hecho sonar la bocina de su auto, ya fuera para alertar a un distraído peatón cruzando a mitad de la calle o tal vez, para llamar lasciva y torpemente la atención de una bella muchacha que caminaba coqueta por la vereda. Lo cierto es que sin estar solo se sentía solo, lo que más bien quiere decir solitario. Ese mismo día, aprovechando el descanso, caminó por las calles de la ciudad para conocerla mejor. Rodeada de escabrosos y áridos cerros y atravesada por un río seco, lo que vio no le gustó. Hacía frío en las mañanas y en las noches, pero durante el día, un sol inclemente azotaba sin piedad la piel de quienes osaban caminar bajo su resplandor. Solo, de vez en cuando, la brisa que Dios sabrá de dónde venía, ponía algo de consuelo al calor, pero la misma, por las noches, helaba los huesos y dejaba de ser benevolente. Así que se volvió al hotel, donde en medio de las verdes y frondosas plantas, árboles y enredaderas del patio interior, se sentía a gusto. 
Allí, se pasó la mayor parte de la tarde leyendo novelas policíacas, hasta que sin darse cuenta, lo venció el sueño. Y soñó. Una muchacha morena y alta se le acercaba. Vestía un bonito vestido blanco. Estaba descalza y sonreía. Luego preguntaba por el nombre del soñador y cuando éste, medio confundido y medio asustado, le respondía afirmativamente, ella lo besaba en los labios durante unos segundos y luego, sin dejar de sonreír, se alejaba por el mismo lugar de donde vino. Él quería seguirla, pero no podía ponerse de pie, no tenía fuerzas, estaba cansado, muy cansado.
Recogió el libro y se desperezó. Retuvo unos segundos más en su memoria la imagen de la muchacha descalza y pensó en los besos de su vida. Era una cuenta triste. Dentro de unas semanas cumpliría treinta y un años y estaba seguro que el déficit de besos era muy alto para la edad que bordeaba. Prefirió no hacer la cuenta de otros déficits más íntimos y vergonzosos. 
Desde que tenía quince años se venía haciendo la pregunta, ¿Por qué para otros es tan fácil conseguir con quienes estar? ¿Por último ligar?  Pero a él se le hacía siempre difícil. Y claro que lo había intentado, pero siempre terminaba por salir todo mal o por arrepentirse y, prácticamente, salir escapando de situaciones que podrían haberlo llevado a mejorar su déficit.
Y nuevamente, brotaba el tema del amor. Amor. ¿Qué es el amor? ¿Cómo lo reconozco? ¿Cómo lo distingo? ¿Lo había él sentido, realmente?
Iba a cumplir treinta y uno, y solo lo rodeaba la incertidumbre. Sus seguridades, sus certezas, habían trastabillado hacía unos años. Incluso aquellas que hablaban de amor. "Un día te enamorarás" es una certeza de la vida. Algo que pasará tarde o temprano, como llorar, como reír, como tener dolor de cabeza o como caerse y magullarse las rodillas. Tus padres te lo dicen. Tus profesores, los libros, las canciones, las telenovelas, las películas y, para qué decirlo, los poemas. Tu cultura, tu sociedad, el mundo entero te aseguran enamorarte un día. ¿Pero que es estar enamorado?
¿Estaba enamorado de su compañera de primero básico a quien regalaba su sándwich todos los días? ¿Era amor lo que lo impulsaba a escribir poemas, escuchar canciones y echarse en su cama tardes enteras a pensar en su compañera de segundo medio que nunca, ni siquiera, le tomó la mano? ¿Y esa feliz rutina de cinco años junto a la mujer que le mostró el amor en acción, más allá de musas y cantos a la luna, era amor en verdad, o era otra cosa?
¿Y qué era el amor entonces? ¿Ese suspirar eterno de canciones en la radio y poemas de caramelo? ¿O tal vez, era en verdad ese río caudaloso e indómito del que queremos ser tronco seco, pequeña rama para ser arrastrados por él? ¿O es la dulce rutina de la compañía sin sobresaltos, sin apuros, "el perfecto aburrido fragor de una búsqueda al centro del sol, quemando mi muerte" ? 
¿Y si la razón de todo era que su corazón se había muerto? No aquel músculo que bombea sin parar, sino el corazón invisible, donde se albergan, ríen o duelen los sentimientos. ¿Y si se había secado por falta de rocío o de sol? ¿O, tal vez, para dejarse de sufrir había cometido suicidio? ¿O quizá tantos poemas, tantas canciones, tantas novelas y películas, tantas noches en vela, tantos rayos de luna, tantos Garcilasos, tantos Quevedos y su polvo serán mas polvo enamorado, tantos Quijotes y Dulcineas, tantas golondrinas que refrenaban el vuelo, tantas Lauras y tantos Martines, tantas Ferminas, Juvenales y Florentinos, tanto no te amo como si fueras rosa de sal, topacio... o tanto mujer el mundo está amueblado por tus ojos, o los Siempre tendremos París, tanto Serrat, tanto Milanés, tanto Silvio... terminaron por matarle el corazón, llenando de fantasías, de princesas, de cosas que trascendían a una noche de luces y alcohol?
Pero él ya no pensaba en eso. Nuevamente dormía. El libro sobre su regazo y la última estrella de la noche ya había aparecido. 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Que lindo escribes...yo también siempre me he preguntado ¿Qué es el amor, cómo lo distinguiré, será que ya lo conocí o jamás se hará visible para mi? a veces pienso que estamos hechos el uno para el otro, otras que solo nos reflejamos en esto del amor...de todos modos siempre me has parecido interesante y hermoso, tanto a mis ojos como a los de mi corazón...te quiero señor FHS

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