Flores (marchitas) nocturnas



Por la cresta que ha estado mala la cosa. ¡Y eso que es fin de mes! Ayer no hice ni uno. La Violeta tampoco, por lo que me contó. ¡Y este frío de mierda! ¡Estamos en octubre y todavía el viento y el frío! Hoy necesito hacerme al menos una quince lucas. Si no, no sé con que voy a pagar la pieza. ¡Ya pues hombres, qué les pasa! Estos güeones te miran, te comen con los ojos y pasan de largo. Algunos preguntan que cuánto sale, que en qué consiste. Se hacen los interesantes, los difíciles... ¡Hasta descuento piden los chuchesumadre! No. Estoy cagá. Ya estoy vieja para esto. Todavía caliento a los güeones, pero cada vez menos. No como antes. Antes los tenía comiendo de mi mano a los culiados. Les movía un poco el poto y los babosos me seguían y seguían, sin decir nada hasta el hotel. Ahora caliento a puros viejos o puros cabros chicos. ¿Pero ahora, que les puedo mover? El poto se me chupó, las tetas se me han caído, me salió guata. ¡Guata! Cuando yo era más flaca que un chuzo. Y yo soy la Cecilia Bolocco al lado de la Violeta. Puta, ésa sí que está cagá. Guatona, le faltan dientes y más encima con ese olor a copete que nunca se le pasa. ¡Y qué se le va a pasar si se la pasa chupando apenas gana algo de plata la culiá! Uno puede ser maraca, pero no tiene por qué hacerle al copete también. A mí me gusta la güeá, pero nunca tanto, no pa' quedar raja. No... Ya estoy vieja para esto. Pensar que era una cabrita cuando empecé. Siempre me dije "Por un tiempo no más" Juntar algo de plata, virarse pa'l sur. Buscarse un buen hombre... buen hombre... ¡No existen los culiaos! Lo único que existe son los hombres calientes y los muy calientes. Nada más. Claro que tuve algunos clientes mejores que otros. Algunos tiernos. A veces me visitaban por años. Con algunos ni siquiera tenía que hacerlo. Solo se sentaban ahí, a conversar, a que alguien los escuchara. ¡Algunos lloraban como niños de pecho! Uno conoce tanto güeón cagado en este oficio. Tanto güeón dañado. Tanto güeón solo, sobre todo. Con familia, con amigos, con pega, pero solos. Solos hasta el punto de contratar una puta para que les haga cariño, para que se compadezca de ellos y los abrace. La mayoría solo eran calientes de mierda, con señora e hijos, pero había algunos mejores. Buenos tipos, tiernos, respetuosos, que no llegaban y te la metían y a los treinta segundos ya se estaban poniendo los pantalones. ¡Por la chucha! si yo hubiese sido más pilla, me endilgo uno de esos güeones. Pero no... capaz que ahora tuviera una casa linda, un par de cabros chicos... y el mismo hombre todas las noches en la cama. Una cama limpia, con sabanas blancas y sin hoyos, sin manchas de sudor. 
¡El poeta, por ejemplo! Ese sí que era bueno, pero tan cabrito que era. No tenía ni treinta y yo ya estaba en los cuarenta y tantos... el si que era tierno. Siempre me llevaba un regalito cuando me iba a ver. Cosas chicas, un chocolate, un flor robada, un libro... ¡Como si yo leyera! pero ese lo leí y me gustó. Me gustaron las palabras, aunque no sabía lo que significaban, me gustaba como sonaban. Me gustaba que el hablara raro, que me recitara a veces. Incluso una vez no le quise cobrar, pero él siempre me pagó. A él fue a uno de los pocos que besé. Con él sentí placer, y eso que era tan frágil, pedía permiso para todo... al menos yo le enseñé como tratar y dejar contenta a una mujer. Algo de mí se llevó también el güeoncito... Lo vi por unos dos o tres años. A veces todas las semanas. A veces cada mes. Un día no lo vi más. No me vino a ver nunca más. Lo eché harto de menos al güeón. Lo quería harto, se puede decir. Me gustaba como me sentía con él. Me decía que yo era una flor. Un flor nocturna. Una "flor nocturna para los pobres señores que van al hotel", me dijo una vez... Lo volví a ver varios años después. Una noche, él caminaba con una muchachita de vestido claro y pelo rojo. Iban de la mano, riéndose. Felices. Cuando él me visitaba decía que nunca nadie lo iba a amar. Yo le decía que las mujeres eran una güeonas de mierda si no se enamoraban de alguien como él. Él decía que era feo, que era torpe, que estaba lleno de defectos. Pero yo sabía que no. Yo sabía que era bello, que era bueno. Estaba equivocado. Al final lo amaron. Lo amaron mucho más y muchas más de lo que él nunca llegó a creer.
Ahí viene un güeón con cara de caliente... Diosito que me vaya bien.


Copiapó, septiembre del 2011.





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