Capítulo VII "Qué he sacado con quererte..." o Qué son siete años en la vida... (Parte 2)






Recordará, hipotético lector, que en el capítulo V, conté la primera parte de esta historia. Si no la recuerda, o quiere leerla de nuevo, haga clic aquí
Pues bien... ¿Dónde me quedé? A sí... el baile de gala al final del cuarto medio. Terminó esa noche entre mágica y trágica para mí. No dije nada. Ni pío. Me guardé todo mi amor esperando que de tanto retenerlo, terminase de una vez por pudrirse y desaparecer.
Mis compañeros se fueron a la "gira de estudios" en El Quisco, ella, mi amada, se fue a Estados Unidos y yo me fui a estudiar para la PAA... en verdad no estudié nada, solo me eché en mi cama a pensar en lo miserable de mi vida y a contemplar con ojos de cordero degollado la foto, acaso el único recuerdo tangible, que de ella me quedó. Esa foto... ella de mi brazo con un brillante y ceñido vestido verde. Yo, con un traje azul marino y una corbata que no combinaba por ningún lado. La escondía en una caja de zapatos, y todas las noches, antes de dormir, la sacaba para poder volver el tiempo a ese baile, a esa noche, a ese calor de su cuerpo... ese olor de su piel. 
Di mi PAA y me fue relativamente bien para quien no estudió nunca ni fue a preuniversitario alguno. Entre varias opciones, me decidí por la menos lógica -y rentable, valga decir- que fue entrar a estudiar pedagogía en castellano a la UMCE; el mítico Pedagógico de Macul. Una nueva vida me aguardaba a la vuelta de la esquina y no quería cargar más lastres en ella. El destino no podía ser tan mezquino conmigo y estaba seguro de que el amor llegaría a mi vida al fin en la universidad. Dos días antes del inicio de clases, y aprovechando que me había quedado solo en casa, saqué la foto por última vez de la caja de zapatos, la contemplé por unos segundos, salí al patio y le prendí fuego. Esa tarde aprendí dos cosas: Las fotos no son fáciles de incinerar como en las películas y que los "exorcismos" no siempre terminan por expulsar a los demonios.
¡Pedagógico, mi amor! Fue, sin el menor lugar a dudas, el mejor y más feliz tiempo de mi vida. Hice amigas, aprendí muchas cosas inútiles pero bellas, me sentía capaz de todo. El tiempo era eterno tendido sobre el césped y bajo la sombra de enormes bellotos, tilos o plátanos orientales. Tardes enteras podía estar mirando las nubes sobre el cielo azul... nunca el cielo fue más azul y brillante que sobre Macul entre avenida Grecia y Alcalde Eduardo Castillo Velasco, entre avenida Macul y Doctor Johow. Yo creo que solo quien ha estudiado en el Pada podría entenderme.
Pasó el primer año y confirmé mi decisión de estudiar lo que estaba estudiando. No había encontrado aún polola, pero estaba medio enamorado de la mitad de las mujeres de la universidad y me sentía tranquilo. Vinieron las vacaciones de ese año 2000, y una noche de febrero sonó el teléfono de mi casa... desde muy lejos reconocí su voz: "Felipe, vuelvo a Chile. Ya tengo todo arreglado para estudiar pedagogía en matemáticas en la UMCE".
¡Ay, mísero de mí, ay infelice!
¡No podía creer que el destino me hiciera una jugarreta como aquélla! Cuando al fin comenzaba a superar su ausencia, ella volvía a mí, a mi vida. Volvería a estar tan cerca y distante como siempre. Para colmo, le había contado a todas mis amigas la historia de amor frustrada... ¡Iba a ser un infierno el año lectivo 2000!
Nunca supe muy bien por qué mis amigas la odiaron desde el primer momento. Incluso antes de que se las presentase ya la odiaban. "Algo raro tiene", "No me gusta", "No me da confianza", "No es para ti"; me decían, cada una a su modo. Yo, por supuesto, la defendía. Era prácticamente una santa. Para mí ella siguió estando sobre los altares. 
Y seguimos saliendo. Y seguí amándola como un baboso idiota, siempre en silencio. Íbamos a comer, al cine, a jugar Play Station. Me acuerdo que yo le enseñé a jugar Pokémon. Ella reía en los campos de Macul, mientras yo me desangraba por dentro de puro amor. 
La invité un buen día a ver Shrek. Mientras el filme avanzaba, yo pensaba en que tal como aquel ogro, quizá yo también tenía una oportunidad de ser amado por alguien tan fuera de mi órbita como ella. Pero a los ogros, solo les va bien en las películas de Dreamworks. 
Habían pasado dos años desde su retorno, cuando la invité a salir otra vez, pero ella me dijo: "No puedo. Ahora solo salgo con mi pololo". ¡Nadie se atreva a decirme que el alma no tiene peso! Ese día comprobé cuán pesada puede ser el alma cuando se te cae de pronto del pecho. Sonreí, le desee buena suerte en su relación y no vemos por ahí. Desde ese día -y hasta el final de mi carrera- comencé a esconderme por los pasillos, tras los árboles, detrás de los libros. Ya bastaba de sufrir. No quería verla más para seguir padeciendo ese dolor del alma. Mis amigas, como para consolarme, la "puteaban" delante mío. Yo, aun con un hilo de voz, la defendía. 
Como si ya los hados y el sino trágico de mi vida no se hubiesen ensañado lo suficiente conmigo, el cuarto año de carrera, empezaba con dos clases a la semana, de dos horas cada una, en el departamento de Matemáticas, para asistir a la soporífera asignatura de "Historia, política y economía de la educación". ¡Desearía haber tenido la capa de invisibilidad de Harry Potter!, libro que, en esa época, cuatro pelagatos y yo conocíamos en Chile, ya que por accidente cayó en mis manos en la biblioteca y lo leí..., pero ésa es otra historia.
No les miento, virtuales lectores, cuando le digo que me enfermaba verla. Si llegaba a divisarla a lo lejos, me venía un súbito y agudo dolor de estómago que me paralizaba y obligaba a doblarme por la mitad. Debía sujetarme de algo para no caer, pues las piernas no me respondían, y comenzaba a sudar frío. Solo entonces comencé a creer que de verdad el amor podía tener los síntomas del cólera, como decía García Márquez. Para más remate, todos mis ramos de literatura eran pura poesía... sobre todo española, desde Garcilaso, pasando por Góngora y Quevedo, hasta llegar a Machado, Salinas, Aleixandre, Cernuda y Juan Ramón Jimémenez... Así que comprenderán, querido lectores, que me pasaba las tardes sobre el pasto suspirando versos como "Oh dulces prendas por mí mal halladas..." "Si me llamaras, sí; si me llamaras..." "Polvo serán, mas polvo enamorado..." "Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien.." y muchas otras cursilerías carmínicas que me secaban el celebro. 
Mas toda tragedia que se precie de ser tal, debe tener un final adecuado, esto es, lleno de patetismo y fatalidad. Sucedió que un aciago día, al salir de clases y ya enfilar a mi casa, me encuentro con ella a boca de jarro. No podía esconderme ni huir. Lo que ocurrió después, pareció una película surrealista, un sueño, una pesadilla. Se arrojó a mis brazos llorando e hipando. No entendía que estaba pasando, y ella no podía articular palabra. Los que pasaban por allí me miraban torvamente, quizá pensando que yo le había hecho algo a esa pobre mujer. ¡Gracias a Dios, una amiga iba conmigo! Conseguimos después de mucho rato calmarla un poco y ella nos contó lo ocurrido; en resumidas cuentas, un compañero de carrera había tratado de sobrepasarse con ella, aprovechando que estaban solos y que ella le estaba ayudando a estudiar. Yo, que generalmente soy cobarde y sosegado, sentí hervir mi sangre... no podía dejar así aquel ultraje a una persona tan inocente y buena como ella. ¡Debía atrapar al culpable y llevarlo hasta la misma comisaría si fuese necesario! Antes, eso sí, me tragué cualquier fibra de dignidad que me quedara y me conseguí un celular desde el cual llamar al pololo para que la viniera a buscar. 
Mientras aguardábamos, nuevamente comienza a sollozar y se para asustada. Mientras apunta con su índice hacia mi espalda: allí, a unos metros estaba el maldito sátiro que se había aprovechado de su confianza. Más lleno de ética que de valor, me abalancé contra él -que debo decir, medía como 20 centímetros más que yo- y lo cogí de las solapas de la chaqueta. "¡Habla, infeliz!" recuerdo que le dije, para posteriormente, amenazarlo con un chileno y clásico "Te voy a sacar la chucha, maricón". Lejos de lo que pensé, el tipo ni siquiera intentó defenderse, solo balbuceaba que por favor lo escuchara, que tenía que decirme la verdad. Quizá el hecho de que no hubo violencia de su parte, terminó por desinflar mis afanes de matón, y solo lo empujé y le grité que se desapareciera de mi vista inmediatamente. El tipo agarró sus cosas, que habían caído al suelo, y salió corriendo, seguido por la mirada de las pocas personas que a esa hora quedaban en el campus. 
Como dos horas después, llegó el pololo. No se veía preocupado. La tomó del brazo y se la llevó, sin siquiera mirarme, mucho menos darme las gracias. Mi amiga, se había marchado hace mucho y ya era de noche. Estaba prácticamente solo. Me fui al baño, necesitaba lavarme la cara. Para variar, las luces del baño estaban malas y casi no alumbraban. Mientras me mojaba la cara, vi por el espejo a alguien detrás mío: el abusador estaba parado allí, mirándome fijo.
Esta vez, ya no me sentía tan valiente, y a penas me salió la voz para preguntarle "Qué quieres"
- Necesito me escuches.
- No me interesan tus disculpas
- No son disculpas. Es la verdad... 
Lo que me contó a continuación me terminó de derrumbar. Era cierto que había tratado de "pasarse de listo" con ella en la sala de estudio, pero no era la primera vez. Ella me había dicho que no conocía al tipo, que solo lo había visto una vez antes, en clases. Pero él me contó que no solo se habían visto muchas veces, sino que habían "tirado", es decir, se habían besado en varias ocasiones. Inclusive habían estado yendo juntos a la piscina y al gimnasio. Pensé que todo eran mentiras, pero él me describió con lujo de detalles la casa de ella, su habitación (a la que yo siempre había entrado como si se tratara de la Capilla Sixtina) y los trajes de baño que usaba para ir a nadar. Hasta, me dijo, "Puedo decirte lo que había debajo del traje de baño, para que me creas". Caí sentado al suelo. No podía ser... no ella. "Lo siento, pero ella es falsa. Y media loca. Lo de hoy había pasado varias veces antes y nunca reaccionó como ahora. Si todavía no me crees, pregunta en matemáticas". Y se marchó. 
Al día siguiente fui hasta el departamento de matemáticas. Pregunté por ella, y resultó ser mucho más conocida de lo que creía. Un grupo de muchachas, que debían ser compañeras de ella, se me acercó y me dijeron lo que no quería escuchar. "Se ha metido con la mitad del departamento. ¿Sabes cómo le decimos? ¡La Comunhacha! y no por ser comunista precisamente..." Mientras reían, me comencé a alejar para no sucumbir ante el deseo de vomitar que me embargaba. Desde lejos escuché gritar a la que había hablado: "¡A ti también te tenemos sobrenombre, pero mejor no te lo decimos!" Y siguieron riendo. 
"Las princesas azules no existen" me habían dicho muchas veces mis amigas. Ellas incluso, sin saberlo, me habían advertido que tanta "inocencia" no podía ser cierta. Ahora no solo era un imbécil cobarde que no se atrevía a confesar su amor, sino que era, además, el único idiota que salió con ella y nunca le puso ni un dedo encima. Me sentía y sentí por muchos años el hombre más estúpido de la tierra.
Pasaron los años y no volvía a hablar con ella. A veces, a lo lejos la veía y debía afirmarme rápidamente de un árbol, porque el dolor de estómago, lejos de desaparecer, se hizo aún más insoportable. Muchas veces pensé en hablar con ella, obligarla a decirme la verdad. O que se defendiera, que me dijera que todas eran calumnias, infundios de malas personas, pero nunca tuve el valor. Un amigo me dijo que toda la historia se resumía en que "Tú la engordaste, pero otros se la comieron", y tenía razón, porque no quiero ni pensar en la cantidad de dinero que gaste todos esos años en invitaciones. ¡Qué importaba eso ante semejante espectáculo del que fui actor y personaje sin saberlo!
Y es verdad que el tiempo todo lo cura. Mi corazón fue sanando lentamente, pero la cicatriz quedó visible y no hay cirugía plástica que pueda borrarla. Había pasado siete años, ¡Siete años de mi vida amándola en secreto!, para nada... o más bien para nada bueno. La culpa, al fin y al cabo, era mía. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero ya había terminando.
Esta historia ya había terminado... y entonces, apareció Facebook.
Pero ese epílogo lo contaré en otra oportunidad.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
al menos esos 7 años te sirvieron para escribir una historia tan buena como esta... gracias por escribirla!

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