"Dios sabe si hay o no Dulcinea en el mundo..."





"Dios sabe si hay o no Dulcinea en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y estas no son cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama que contenga en sí las partes que puedan hacerla famosa en todas las del mundo". 

De esta forma contesta don Quijote a la aborrecible duquesa cuando esta le pregunta acerca de la real existencia de Dulcinea. No importa al caballero andante la existencia "real" de su dama, sino que su existencia como una idea, un concepto, una necesidad... una meta. Un sueño o ideal, que sin caer en lugares comunes, movió los hilos de muchas narraciones a lo largo de la literatura.

Hoy, una literatura despreciada por ese "Feminismo progre" que ve en ella una herramienta más del patriarcadofalocentricoeuropeizantemachocavernícola, como si la historia y sus contextos no importaran... como si la exégesis no existiese. 

Pero no es de literatura, ni amor cortés ni menos de feminazis que pretendo escribir, sino más bien de la importancia que ha tenido en mi vida este tipo de ideal femenino... hasta el punto que tal vez yo pueda también ser una víctima más de él. 

Mujer. Para mí esa palabra es mágica casi ontológicamente. Mujer, un conjuro, un hechizo... inherentemente mágica. Mágica y misteriosa... por momentos me fue aterradora, pero fascinante, como esos precipicios junto al mar en los que uno no puede dejar de asomarse. 

Mi relación con ellas fue bastante normal en la infancia, lo que significa, básicamente, que me dediqué a tirarles las trenzas o a molestarlas por el diente de leche ausente o las pecas que cubrían sus mejillas rosadas y regordetas. Y sí, fui lento en descubrir a la mujer y separarla de las niñas. Cosa de hormonas, quizá... o más bien una infancia relativamente feliz y libre que nunca quise que acabara. Pero acabó como todas las cosas de la vida. Un día noté que me quedaba viendo a mis antiguas amigas como un tonto. O peor para mí, en clases de educación física empecé a ver piernas, muslos, glúteos, senos... y no sabía bien por qué aún. Sin embargo, el Nintendo era todavía más fuerte. Además, había leído mucho como para no saber que era "normal" fijarse en esas cosas, que era algo biológico, pero a la vez -creía yo- un tanto animalesco... casi primitivo y alejado de un ser evolucionado como el ser humano.

No recuerdo haber comentado o hablado de estos temas alguna vez con mi padre. En ese entonces, él era para mí una figura lejana y temida, a pesar de vivir bajo el mismo techo. Con mamá, algunas cosas más bien generales, pero supongo que siempre vio en mí al mismo mocoso de siempre. Con mi abuelo todo era películas, aventuras, historias y libros... no había tiempo para cosas del corazón.

Quizá por mi apariencia, quizá por las cosas que leí, las canciones o la películas... por crianza también, siempre fui inseguro, pero además un inseguro que necesitaba sentirse querido. Las tareas, las disertaciones o, inclusive, la actuación no me provocaban ningún inconveniente, es más, me gustaban; eran mis zonas de confort. Pero la cosa cambiaba si había mujeres de por medio. 

Octavo básico. Yo, un cabro chico todavía. Clases de cueca obligatorias. Una compañera que ya no era una "cabra chica", obligada a bailar conmigo. El rechazo... "No. Eres feo. Estás gordo. No bailaré contigo aunque nos pongan un dos". Es increíble de las cosas que se acuerda uno después de tantos años... hasta del nombre me acuerdo: Lissette. Hace un par de años, por Facebook, ella me invitó a una fiesta de excompañeros. Me insistió en ir, en que me recordaba con cariño y quería verme... ¿Se habrá imaginado alguna vez el dolor que me hizo sentir? Sé que son cosas pueriles, propias de la inmadurez. No le guardo rencor, sería un idiota si así fuera, pero nunca pude olvidar la primera puñalada femenina, ni la mano que la empuñó.

Así fue mi adolescencia. Me volví taciturno sin nunca saber bien por qué. Un poco nihilista también, pero eso era normal en los adolescentes de los 90. Pasé de ser el bromista hiperactivo de las clases a ser una sombra en la esquina del salón. Empecé a relacionar la alegría a la estupidez. Esa fue una mi primera gran estupidez. Me preguntaba si una conspiración cósmica había puesto en mi clase a los más estúpidos y estúpidas compañeros, cuya única preocupación era la fiesta del próximo sábado. Allí empecé a recibir el mote de "viejo chico" en mi familia y el de "El Libro Gordo de Petete" en el liceo, por mi sabionda forma de ser. Pero lo cierto es que sí sabía más que el resto, había leído muchísimo más. Sabía miles de cosas, pero inútiles para la vida que vivía. 

Y en muchos libros se hablaba de hombres que como yo eran solitarios y tristes. Algunos miserables de plano, villanos, pérfidos... pero también redimibles por el amor. De pronto, una mujer aparecía en sus vidas. Les mostraba un camino nuevo, lleno de luz y calor. Y ellos se salvaban, incluso si morían, se salvaban. El amor los transfiguraba... el amor de una mujer. 

Y el don Juan ya no era más un donjuán. Y Fausto no perdía su alma. Y Dante encontraba al fin el paraíso en los brazos de Beatriz. Y Raskólnikov acepta su culpa gracias a que Sonia, una prostituta, la más despreciada de las mujeres, le hace ver que hay bondad en un mundo de viejas usureras. La mujer salvadora... la mujer por la que vale la pena vivir o morir. La mujer alivio del dolor de existir... la mujer que podía salvarte de la nada y el sinsentido. Y yo... yo ¿Tendría salvación?

Nunca me sentí digno. Pensaba en la poca cosa que era para pretender merecer su amor. Idealicé hasta el absurdo a aquellas que me gustaron. Hice esfuerzos por reprimir mis naturales impulsos. No. No habría besos hasta que fuesen para ella, para mi salvadora, cuando me hiciera merecedor de su amor. 

El tiempo, naturalmente, se encargó de poner las cosas en su sitio. La universidad me mostró a las mujeres en toda su expresión. Qué grandes amigas tuve y cuánto me enseñaron. Fue un aprendizaje duro, pero me hizo salir un poco de mi cueva. Y aprendí de depilación, de períodos menstruales, de dietas y ropa interior. Y, lo más increíble para mí en ese entonces, que una mujer podía sentir tantos deseos sexuales como un hombre. Y que follaban, amaban, compraban condones, seducían o se dejaban seducir, tenían puntos erógenos y fantasías... y yo era un tomate maduro cuando hablaban de esas cosas con total desparpajo. Pero aunque aprendí mucho, seguí creyendo en que ella, mi salvadora llegaría más temprano que tarde, quizá doblando en una esquina, o en el paradero de José Pedro Alessandri 774. 

Y un día, después de muchos años,llegó enfundada en pantalones blancos y blusa roja. Y demoré un par de años más en invitarla a salir... y más en confesarle mi amor -siempre acechando el rechazo-... y ella me amó. Me amó y el mundo ya no fue más el mundo, sino otro nuevo por descubrir. Y me sentí al fin a salvo. Pero los monstruos ajenos y propios seguían ahí, quizá derrotados, pero no vencidos y un mal día saldrían. Y salieron.

Y dejé escapar la felicidad. La inmadurez, la poca experiencia me pasó cuenta. Mi cobardía, principalmente. La dejé ir, no por falta de amor, sino por falta de brújula. Pensé que podía ser y hacer como todos, borrón y cuenta nueva... después de todo, un clavo saca a otro, ¿no?

No. No hubo otras. La palabra mujer perdió la magia. No había ya una Sonia en mi camino. Dulcinea se marchó y yo quedé tirado en una playa de Barcelona... Aldonzas muchas, sí. Pero Dulcinea no más. Sin embargo todavía había esperanzas. Dulcinea tenía domicilio conocido. Y número de teléfono y correo. 

Pero la duda. La indecisión. La estupidez inmensa de la inacción. 

Dulcinea continúo con su vida. Se fue con algún Sansón Carrasco. Partió en un Airbus rumbo a Italia, lejos de mí y mi triste recuerdo.

C'est fini. Yo, me volví más sabio y más hombre cuando de nada me servía ya. Perdí. Y, tal vez, era lo justo. Comprendía que no volví a ser lo que era: nunca dejé de serlo;  una sombra, una especie de monstruo inofensivo que se oculta... a dragón sin dientes ni fuego que espera, ya no a la dama que lo salve y vuelva en hombre, sino a la mujer que blandiendo su recia espada me haga el favor de dar la puñalada salvadora y curativa que, al fin, me libre de mí.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Mi querido amigo
Olvidas que el caballero, héroe o guerrero antes de amar realizó el viaje de transformación interna...
No evadas esa parte
Mata a tus dragones
Con sincero amor
Paula

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